La vigencia de compromiso pastoral de Monseñor Leonidas Proaño

Luis Pineda Sanmartín

Luego de 32 años de la Pascua de Mons. Leonidas Proaño, su pensamiento y experiencia pastoral siguen vigentes.

Les ofrecemos unos fragmentos de las opciones de Mons. Proaño comentados por Juan José Tamayo:

“La opción fundamental de monseñor Proaño fue sin duda la pobreza. Pobre nació, pobre vivió. Pobre murió. La pobreza es la única herencia que nos dejó, pero entendida y vivida como don y valor, la austeridad como estilo de vida, el compartir como forma de realización. ¿Por qué poner la pobreza como un valor?

El compromiso que con más radicalidad asumió monseñor Proaño fue la defensa de los derechos de los indígenas. Un compromiso que le fue connatural. De su padre y de su madre aprendió a acoger a los indígenas como iguales en dignidad, hermanos y hermanas e hijos e hijas de Dios. Proaño se identificó con los pueblos indígenas hasta hacerse uno con ellos y corresponsabilizarse por los cinco siglos de injusticia para con los indios y por la complicidad de la Iglesia en dicha injusticia. Siguiendo el método jocista ver-juzgar-actuar.

La experiencia de la compasión y de la solidaridad fue la que marcó la vida de monseñor Proaño. Una experiencia que se dirigía a las personas y a la naturaleza, a los excluidos del sistema, a la Pachamama, amenazada de destrucción. Creyó en el ser humano y en la comunidad como fermento de transformación social, amó y respetó la naturaleza hasta identificarse con la tierra, el agua, los animales, las plantas.
La experiencia de la pobreza fue para Proaño el lugar privilegiado para vivir la comunidad, practicar la solidaridad, aprender la fraternidad y sentir la amistad. El concilio Vaticano II (1962-1965), en el que participó siendo un joven obispo, le ayudó a descubrir la dimensión comunitaria de la Iglesia.

Y la estructuración comunitaria de la diócesis de Riobamba influyó decisivamente en la centralidad que los documentos de Medellín reconocen a las comunidades eclesiales de base como principio de organización de la Iglesia, ámbito privilegiado de evangelización y cauce de promoción.

Era la suya una espiritualidad evangélica, cristológica, comunitaria: “Para que el hombre cambie –escribía el obispo de los indios en 1977-, es necesario vivir la Teología. En otras palabras, es necesario vivir el Evangelio…experimentar a Cristo… experimentar a Dios en Cristo experimentar a Dios a través de Cristo…experimentar esta vivencia entre los discípulos de Cristo, en el seno de la Iglesia en su sentido más concreto”.

Monseñor Proaño fue especialmente sensible a la diversidad cultural y al pluralismo religioso. “No era un obispo. Era un indio entre los indios”: así lo define Ana María Guacho, colaboradora de Proaño desde 1982 en el Movimiento Indígena del Chimborazo.”