Reto democrático

Alcanzar una democracia desarrollada impone que participemos responsablemente en los procesos electorales, mediante el ejercicio de un voto cívico que identifique las mejores alternativas para abrazar la libertad, la solidaridad, la tolerancia a la opinión distinta, el desarrollo socioeconómico, el respeto a la ley y a la institucionalidad. El domingo 7 de febrero de 2021 será una nueva oportunidad   para hacerlo.  

El tapete electoral para escoger presidente, asambleístas y parlamentarios andinos se presenta variopinto y penosamente plagado de movimientos y alianzas populistas, carentes de ideología, forma y horizonte.  

Por otro lado, resulta notorio que muchos candidatos son el resultado de la audacia y la improvisación y no están preparados para el reto; lo cual, tratan de taparlo con astutas y costosas campañas de publicidad. Por supuesto, también hay candidatos que, con honestidad e inteligencia, han formulado planteamientos serios para solucionar los graves problemas que siguen azotando a nuestra patria: crisis económica, corrupción, desempleo, impunidad.

Identificar las mejores candidaturas será siempre un reto y un deber; por ello, estamos obligados a examinar con mesura las propuestas y el perfil de los candidatos. De equivocarnos nuevamente, los problemas y heridas nacionales se agravarían y las lamentaciones no servirán de nada. Observar el espeluznante y desgarrador éxodo de venezolanos hacia rincones de nuestra América; como resultado de la muerte de la democracia llanera causada por tiranos que se aferran como lapas a un fracasado y autoritario modelo; debe ser una imprescindible referencia al momento de escoger a las nuevas autoridades ecuatorianas.  

Así mismo, no debemos olvidar que el demonio más grande que asfixia a nuestra débil democracia es la corrupción enquistada en muchas esferas sociales y de poder. Lastimosamente, protegida por la deshonesta coraza de la impunidad que tiene en hilachas el frágil terciopelo de la credibilidad ciudadana hacia la política. De ahí que, cuánta razón tiene la filósofa española Adela Cortina cuando en su libro: Hasta un pueblo de demonios (citado por Fabián Corral y Diego Pérez en: El juego de la democracia) afirma que: “… los actos de corrupción perjudican directamente a la persona o personas estafadas… sin embargo, el daño causado no se limita a la estafa puntual que, aunque en ocasiones muy puntuales podría ser en parte reparado, sino que se amplía al hecho irreversible de que actuaciones como estas erosionan la credibilidad de las instituciones y minan la confianza en ellas… este paulatino descrédito de las instituciones no solo es inmoral, no solo es ilegal, sino que desmoraliza, roba el ánimo al medio y largo plazo de la sociedad en su conjunto, y en una sociedad desanimada no puede emprenderse nada sólido”.

Asumamos nuestra responsabilidad y enfrentemos aquello con un voto reflexivo, lleno de dignidad y libertad. Al hacerlo, no solo que honraremos nuestra democracia, sino que forjaremos la construcción de la nación ordenada, justa y desarrollada, que tanto anhelamos. El Ecuador no merece regresar a los tiempos de la intolerancia, del insulto, del despilfarro, del enfrentamiento social, de la falta de libertades y del sectarismo. La decisión está en nuestras manos.