La práctica de la lectura y la escritura en la escolaridad es significativa cuando el docente la vincula con el mundo socio-educativo-cultural del alumno; pero, por lo regular, cuando se la somete a la realidad del texto inmediato, y de un currículo pedagogo-tiranizante que, lo que hace es asumir tareas descontextualizadas, lejanas a la realidad del niño y del joven, casi no representa ni significa nada para la realización plena, de disfrute y de valoración de las ideas que deben ser fenomenológica y conscientemente procesadas acerca de la palabra escrita, de manera que el cerebro pueda iniciar “un prolongado y complejo proceso de organización de sus conexiones para responder de la manera más rápida y eficiente posible a los retos a los que deberá enfrentarse el individuo a lo largo de su vida” (Reig Viader, 2019), con una adecuada alteridad de la conciencia que le permita entender la problematicidad del mundo para propiciar relaciones de dialogicidad, de comunicación y de compromiso con el yo del otro.
Pues, una práctica de la lectura y la escritura para que la sociedad escolarizada pueda llegar a ser un ente productivo de ideas, de ciencia, de humanismo, de solidaridad, de generosidad, de honestidad y de una puesta en práctica de la más fina democracia que cívica y éticamente le hace falta a la mancomunidad universal para que su conciencia quede habilitada para la práctica de un culto dúlico, es decir, de un trato armónico y educativo-amoroso para con el prójimo, que tanto necesita para desarrollar una energía positiva en el espíritu del ser humano.
Como sabemos, son tantos los impulsos irresponsables que en forma de conductas inadecuadas mancillan la dignidad de una comunidad que hace esfuerzos para que la educación recibida a través de la práctica de la lectura y la escritura sean los mecanismos más idóneos para el cultivo de la alteridad y del culto dúlico, en cuanto se relaciona con esa energía personal que debe tener el educando y el educador para aprender significativamente de los aportes que nos brinda la ciencia, la técnica y el humanismo para llegar a ser alguien que, con el cultivo de sus ideas éticamente pensantes, pueda ser amado, respetado, valorado y admirado, porque sabe que conscientemente está actualizando sus competencias humanas para el buen vivir, sin despojar ni mancillar al prójimo.
En efecto, la tarea de la lectura y la escritura desde el disfrute de una adecuada alteridad de la conciencia, conlleva al compromiso de una “educación ética [que] no pasa por la enseñanza de contenidos de alguna moral legitimada públicamente, sino por el desarrollo de una capacidad de interrogación que habilite para dar lugar al otro en tanto semejante de la propia humanidad y, por lo tanto, habitado por lo humano” (Yuni, 2008).
Si la lectura y la escritura nos ayudan a habitar lo auténticamente humano, desde el culto dúlico y desde el disfrute y el éxtasis de una alteridad potente, vigorosa, profundamente concienciencial y metacognitivamente procesada para que la palabra leída, escrita, escuchada y verbalizada llegue a ser la conclusión de una educación proactivamente ética y estética, encaminada al logro de la reflexión y el cultivo de un pensamiento axiológico comprometido con la otredad, al menos en orden a los siguientes elementos interrogativo-antropológico-hermenéuticos que plantea el pedagogo francés Jean Claude Filloux: “¿Qué es conocer? y ¿qué conocer cuando se aplica un enfoque científico en educación? ¿Qué puede aportar este enfoque cuando, más allá de la enseñanza de las disciplinas canónicas, la pedagogía se plantea la cuestión de una educación con acento en los derechos humanos, de una educación ética?’” (2016) y de empatía que, a través de la lengua escrita, no tenga jamás ningún efecto discriminador.