¿Qué futuro nos espera?

Vivimos una justificada incertidumbre que raya en miedo, una inquietante angustia que nos llena de desconfianza y temor a todos los ecuatorianos por el futuro inmediato y mediato del país. Y no es para menos: el inmaduro país nuestro, que desde “el retorno a la democracia” en 1979, luego de la experiencia de las dictaduras militares del siglo pasado, y de muchos altibajos y esperanzas frustradas, agravados en este momento con la crisis sanitaria global y la crisis moral nacional, sigue igualmente inmaduro: regido por una pseudo democracia que se sustenta en la inequidad social y la impunidad, y donde, al parecer, la disputa en el balotaje de abril próximo se dará también, entre dos partidos o agrupaciones políticas, con dueño propio (sin democracia).

El uno, de propiedad de un banquero que pretende la presidencia del país desde años atrás; el otro, del dictamen absoluto de un expresidente que gobernó como caudillo por 10 años consecutivos en la segunda época del boom petrolero y que, los enormes ingresos por un barril de crudo superior a 100 dólares, sumados a la toma de dinero de la reserva estatal y del IESS, más la enorme deuda contraída principalmente con China, no le bastaron para, a pretexto de realizar una gran obra física en vialidad, centrales hidroeléctricas e infraestructura en hospitales y educación, crear un grupo reducido y privilegiado de nuevos ricos, que fortaleció la corrupción nacional con énfasis en los grandes negocios, asociados a mafias…, con el distractor de corregir la “pequeña corrupción” en la policía y la aduana (pero no en la justicia, que juntas se consideran las tres instituciones más corruptas del mundo) y establecer normativas sociales de indudable importancia.
De ahí que, como es lógico y natural, los candidatos contendientes, Arauz y al parecer Lasso, se esmeren por captar a como dé lugar los votos suficientes para ganar. Y ofrecen lo que al gran electorado le gustaría oír, no lo que verdaderamente necesita: lo repetimos una vez más en pocas palabras: salud, con énfasis en la salud preventiva y la nutrición infantil; educación en valores para luchar contra la mafia corrupta y empleo digno (sin paternalismo degradante). Tan es así, a guisa de ejemplo, que Lasso ofrece subir el salario mínimo a USD 500 y Arauz, el delfín de Correa, empieza a reconocer los grandes errores del populismo correísta, que muchos correístas, con mucho de fundamentalismo, no han podido captar…

Como ven, estimados lectores, el panorama nacional de los próximos días es incierto. Para muchos, no tenemos salida. Porque si elegimos mal caemos en “Guatepeor”. ¿Qué hacer? ¿Retornar al “socialismo del siglo XXI” y encaminarnos a la inhumana y penosa situación de nuestros hermanos venezolanos, como dicen muchos analistas; o a la posibilidad de incursionar en “gobiernos del péndulo”, cuyo mejor ejemplo es Chile, que ha optado por oscilar entre un gobierno de izquierda moderada (Bachelet) y un gobierno de derecha moderada (Piñera), como camino para avanzar hacia la madurez? ¿O, como tercera opción: votar nulo?

Esta penosa incertidumbre, que tiene que ver con el lúcido análisis de Bauman sobre la Modernidad (“Los tiempos líquidos”), puede sin embargo, si razonamos bien, ayudarnos a afrontar el miedo nacional actual: ¿qué futuro inmediato nos espera?