Del dolor y la muerte nace la vida

El COVID 19 ha puesto en jaque la vida al ponernos cara a cara con el dolor y la muerte. Ella es parte de la vida, tanto como la vida es parte de la muerte. Vivimos y morimos cada día. Esta tragedia universal nos tiene absortos, disminuidos, limitados, acorralados, escondidos y perdidos, pese a tanta ciencia y tecnología seguimos en medio de un laberinto, sin saber qué hacer y por dónde ir. ¿Qué pasará? Es la pregunta más cotidiana y la mayor certeza es la muerte.

Este año hemos vivido el dolor, la angustia, la desesperación y la muerte. Llegaron sin previo aviso y comenzaron a hacer de las suyas en pueblos y ciudades, con ricos y pobres, ancianos y niños, moros y cristianos, hombres y mujeres; a todos nos ubicó en un mismo callejón, entonces, abrimos los ojos y nos damos cuenta que a nuestro alrededor está la pobreza, el desempleo, la violencia, la enfermedad y, al mismo tiempo, hay manos generosas y solidarias que ayudan a sostener nuestras debilidades e impiden la muerte generalizada y nos ayudan a soñar en días mejores.

Vivimos el dolor porque sentimos la miseria, la injusticia, la corrupción, la impunidad, la violencia y la muerte cruenta y despiadada que golpea lo más sagrado del ser humano, su dignidad e integridad. Burlas, engaños, impunidad minan cada día nuestra confianza y la dejan sin reacción ante tanta ignominia de quienes deben darnos esperanza y luz al final del túnel y devolvernos la dignidad, cuidar la salud y empleo digno para alcanzar una convivencia armónica y equilibrada.

Estamos una semana, para los católicos y cristianos creyentes, de reflexión que une tres momentos: la pasión, la muerte y la resurrección. Si comparamos el hoy con el tiempo de Jesús, poco ha cambiado. Se mantienen los privilegios en el sistema político y económico en relación a su poder, el contubernio entre los poderes constituidos y fácticos siguen delineando engaños, obstruyen la justicia, aprovechan sus entronques para legitimar lo indeseable, y, aún en estos tiempos de crisis económica y de salud siguen sacando provecho del dolor y la tragedia.

La soberbia del poder los obnubila y creen haber vencido, sin embargo, mientras ellos destruyen, hay seres humanos revestidos de bondad que con acciones de solidaridad en sus sentimientos y acciones contribuyen a superar el dolor y la muerte y tal como el buen samaritano del Evangelio sanan las heridas. La resurrección de Jesús debe animar la vida para que desatemos las ataduras del sepulcro y juntos, en medio de la crisis, abramos las puertas de la esperanza y que la nueva vida que resurge de las cenizas derrote la miseria, el miedo y la opresión.

Venceremos el dolor y la muerte que genera el COVID 19 al reconocernos en el prójimo, al ser responsables de un cuidado común, al seguir las recomendaciones de bioseguridad y abstenemos de diversiones y encuentros irrelevantes, fiestas, mítines y farras. Mientras llega vacuna sigamos adelante sin bajar la guardia, mirando con esperanza el futuro y confiando plenamente en la vida que viene del Creador.