Es hora de despertar a la madurez

No podemos seguir siendo el mismo pueblo inmaduro, y como tal, convertido en un conglomerado de gente.

mayoritariamente pobre y desdichada, con pocas esperanzas de días mejores. En un estado de semiesclavitud o esclavitud moderna, sujeto, en largos trechos de nuestra historia republicana, desgraciadamente predominantes, a la voluntad de unos cuantos mandamases convertidos en pseudo líderes del país, con apetitos diversos, pero muy pocos con miras cívicas y patriotas, y esforzándose por instaurar gobiernos verdaderamente democráticos.

Estos mandamases o pseudo líderes han pertenecido, en líneas generales, a dos nefastas categorías: 1) el pequeño grupo de familias que conforman el poderoso grupo de poder sustentado en el acaparamiento de la riqueza nacional y el usufructo abusivo del trabajo de los subalternos, y alineados al neoliberalismo más recalcitrante; y 2) el grupo esclavo de ideologías pasadas de moda, autodenominados izquierdistas o extremistas, que envían un mensaje reivindicativo fundamentado en falsas premisas revolucionarias, con varios líderes perversos que aprovechando la ingenuidad de sus seguidores; la cúpula de este grupo se ha enriquecido. Muchos de ellos hasta se han vendido a instituciones de extrema derecha (El libro “Confesiones de un gánster económico”, de Perkins, entre otros, es muy esclarecedor sobre el asunto), a cambio de mantener el mismo discurso izquierdizante que impide encontrar el verdadero camino revolucionario que garantice justicia y equidad.

Estos grupos, al parecer contrarios, poseen un egoísmo enfermizo que les impide pensar en el mínimo bienestar de los otros: a los más les interesa acrecentar su riqueza mal habida o convertirse en nuevos ricos, y unos pocos, alineados al grupo de extrema izquierda, enfermos de ideas fijas, impiden, con el mismo efecto que el grupo al que aparentemente critican y denigran, realizar un cambio social justo y humano. Estos dos grupos, causantes del modelo de ignominia social del país tiene varios matices, que oscilan entre lo moderado y extremista-fundamentalista…

Por lo mismo, como reza el título de esta entrega, es la hora de despertar a la madurez como pueblo y Estado, reconocer las grandes falencias del pasado y apelando a nuestras insospechadas virtudes, decidirnos por cambiar la suerte de pueblo oprimido. Sabiéndonos dueños de nuestro destino antes que, como siempre, escondiéndonos en la cómoda muletilla de acusar al otro.

Entonces: exijámonos comenzar a vivir en un nuevo Estado: con buena gobernabilidad, funcionarios eficientes y honrados, y gente dispuesta a colaborar en la mejor forma con el gobierno de turno: criticando y proponiendo cuando sea oportuno, apoyándolo en la buenas decisiones y ejecutorias. Por ejemplo: apoyemos la oferta del nuevo gobierno de vacunar 9 millones de ecuatorianos en los primeros 100 días de gobierno, no mirando si la oferta se cumple o no, sino apoyándola en alguna forma. Exigiendo que la oposición, tan necesaria en un régimen democrático, sea realmente responsable. Y que todos trabajemos por el país y no por consignas partidistas o afanes personales…

En otras palabras, actuar con pensamiento maduro y no por impulsos emocionales o desafectos. ¡Es hora ya de desmarcarnos de la nefasta influencia política de los grupos extremistas que nos han impedido avanzar, tanto de extrema derecha como de extrema izquierda!