Pan, vino, libertad

En el tren de la vida existen muchas estaciones. Son momentos para reflexionar en lo que somos, adónde vamos, quiénes son nuestros compañeros de viaje. Momentos. Detalles. Sueños. Esperanzas. Quiénes abordamos la nave para llegar a un destino entendemos que somos parte de una aventura. No todos llegamos al mismo destino. Unos se quedan. Otros llegan.

Distintas expresiones en el rostro, latidos y silencios, a veces. La vida sigue igual, cantó Julio Iglesias. Llegamos, de esta manera, al sexto mes del año, junio. Mes del niño, de Corpus Christi, del padre. Quizá de una nueva dosis en la vacuna contra el Covid-19. Un amasijo bien entendido de razones para valorar la vida. La que recibimos gratuitamente de Dios. En medio de un holocausto, cuyo asesino es un pequeño y letal microorganismo, llámese virus, sobrevivimos. Todavía nos seguimos preguntando: ¿Cómo así? ¿Por qué? Más allá de un cuestionamiento, suma de resignación y victoria, seguimos de pie. Celebramos, aunque con temor este viaje, en una nueva parada del tren. Nuestro piloto conoce la ruta y el destino final. Nos anima la fe. El pan de la vida. El vino de la alegría. La libertad de los hijos de Dios. Me permito parafrasear un pensamiento de mi poeta favorito, Pablo Neruda: “Confieso que he vivido”. En la barricada del primer ataque furtivo del corona, me sentí apoyado por el escudo de una fuerza sobrenatural, inexplicable, pero viva, real: la Eucaristía diaria. La oración persistente. No hablo únicamente desde una realidad de sacerdote. Lo hago desde mi condición humana, como la de muchos, como la de todos. El Pan inmolado por Jesús, es el alimento que nunca perece. Es paciente. Espera. Ama y llena de amor. Siempre será un privilegio tener en mi ser el poder, impartido por Jesús, de celebrar el milagro de amor tan infinito. Tan pequeño, diminuto, dice una canción eucarística. La Eucaristía, tan real y transformante: “Tomen y coman…”. El vino convertido en sangre preciosa, es la vida que corre por nuestro ser integral. Vino de sacrificio. Vino de victoria. Vino de Jesús. En el dinamismo de este viaje, surge la razón de nuestra libertad: “Tomen y beban…”. No es cuestión de llegar a un destino. Se trata de vivir y expresar lo que queremos. Lo que somos. Libres. Para todo. Especialmente para lo bueno. Toda esta trilogía de pensamientos, no solamente, es expresión de una plenitud interior. Quizá espiritualista. Trivialmente optimista. Eso sí, necesaria. Real. Justa. Celebrar la vida, la victoria de un hombre nacido en Belén, en el seno de una joven judía, acompañada por la severidad davídica, de un linaje mesiánico, como José, con el germen del Espíritu Santo, con la universalidad evangélica de una promesa-cumplimiento, de una profecía-misión. Una victoria.

Una invitación a unirnos al coro de los ángeles, a la nobleza de unos pastores, y a la certeza de una caravana de sabios de oriente, incluso de un déspota y sanguinario como Herodes. Vivamos este nuevo mes, en este concierto de esperanza. Que todos tengamos paz.