En el Nuevo Testamento encontramos un completo y extenso tratado de fe, vista desde distintas perspectivas.
El núcleo del anuncio del Reino es la fe, que recalca el poder y la autoridad de Jesús. Los cuatro evangelios, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, comparten su profesión fe: Jesús es Hijo de Dios. En la visita de Jesús a la sinagoga de Nazaret, no realiza ningún milagro por la falta de fe de sus coterráneos. El solemne sermón sacerdotal que caracteriza a Hebreos puntualiza que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Quien transmite la fe debe ser una persona veraz, con criterio y testimonio de vida. De esta manera, el camino para creer es seguro. En nuestra vida personal no podemos actuar sin convicción. La confianza es fundamental. La fe lo puede todo. Mueve montañas.
En el desarrollo de la personalidad del hombre la familia ocupa un espacio importante. Fortalecer la seguridad de querer y poder cumplir metas garantiza el éxito. Lo experimentamos y lo valoramos siempre. Nuestros logros o fracasos tienen el alma de la fe. En estas semanas, nuestra patria, ha puesto sus ojos en la fe de hierro, grande e imitable, en la gesta de personas humildes. La rebeldía de nuestra nacionalidad invadió las olimpiadas en el hermano país de Japón. El oro y la plata. Richard, Neisi y Tamara, de la Amazonía al Carchi. Antes, desde Cuenca emergió Jefferson Pérez, en la super potencia americana. La gloria de nuestro país está por encima de todo. Creo que el corazón de los medallistas latió más fuerte que nunca. Un tsunami de grandeza en una tierra que, desde la enseñanza bíblica, mana leche y miel. Es decir, fecundidad y riqueza desde los confines territoriales. Decir: ¡Sí se puede! Es una expresión sincera. Quizá, oculta en la interioridad de cada ser. Condicionada y maltratada por los gobiernos de turno. Oprimida por los grupos de poder, agazapados en las ideologías de ayer y de siempre. Escucho el eco de cada grito de júbilo de Richard, Neisi y Tamara. Bendigo la limpieza de sus lágrimas, como cascadas majestuosas en sus mejillas. Valentía, decisión, esfuerzo, convicción. Victoria. Medalla. Gloria ecuatoriana. El contraste, vergüenza y excusa, también en el eco de quienes quisieron decir: ¡No! A sus aspiraciones. Llegar a la cima de Japón nunca será fácil. Han empezado a contar sus memorias a través de los medios de comunicación social. La historia está escrita. Todavía queda mucho por vivir. Vendrán más triunfos.
En el podio de oro, Neisi mostró el estigma de su amor escrito en sus manos, con tinta sangre del corazón: su madre y sus hermanos. Un signo que recuerda la herida de los clavos en las manos y pies de Jesús. Manos que acogieron, bendijeron. Amaron. Levantaron. Perdonaron. La fe sobre la que escribo me cuestiona sobremanera. Dios sabe que en nuestro diario peregrinar buscamos la ruta para llegar a la cumbre en la que respiramos el aire de la libertad y recibimos el viento de la dignidad.