Con pies en la tierra

Con pies en la tierra he llegado a las cinco décadas de mi lágrima, que hoy refleja sorpresa por el tiempo consumido así de rápido. Me parece que fue ayer, cuando una adolescente me miraba en el espejo, como una mujer plena. Ahora el alma parece un celofán embellecido por el tiempo, tras la transparencia, una máscara de emociones reclama las cosas perdidas y ganadas por la edad.

Para mi consuelo, me digo la luna no se arruga, permanece joven, cómo no pensar en imitarla, pero, la edad crece sin permiso. A propósito de cumplir un año más en mi historia de mujer fuerte, he querido hacer un comentario sobre este tema poco reflexionado.

¿A quién le importa que cada día somos mayores? Los cumpleaños se hicieron para acumular cariño y me siento afortunada de estar viva y de ser libre. Este quince de agosto, yo he salido aventajada, con un enorme fardo de abrazos, mimos y felicitaciones.

Detrás, hay un cúmulo de ajetreos cotidianos, experiencias de todo tipo, frustraciones, pérdidas y muy pocas ganancias, sobre todo, las escasas ganancias, que son libertades poco entendidas, entre estas: libre elección de amigos, vestirme como quiera, trabajar en lo que se me ocurra, estudiar, pasear por donde me apetezca, creer en la divinidad de mi preferencia, y más.

Poniendo los pies en la tierra, no eran pocas las ganancias, hay que pensar: ¿qué importan los años acumulados? ¿Qué importa las pequeñas dificultades? Importante es tener vida, una voz que es escuchada, un lugar en la comunidad, aprecio y apoyo. Hasta ayer, pensé que la culpa de mi desgracia, la tenía el enemigo y la malaventura. Hoy me he visto al espejo, y he dicho, pero qué va, si eres mujer fuerte y libre.

Ayer exclamé: ¡No es mi culpa! Yo no tuve destino, me destinaron. Hoy, digo, soy libre, a pesar de que siempre habrá una montaña de pretextos deteniéndome, vivir en esta parte de la tierra es una verdadera bendición.

He cumplido años de disfrutar lo que no he pedido y solo tengo ganado eso, lo no perdido. Soy una mujer de occidente, que vive en una cultura mucho más equitativa. Cien veces el caracol ha narrado sus viajes de sacrificio, cien veces he escuchado la historia de otras mujeres de oriente, de otros continentes, y nunca he reparado en la posibilidad de calzar esa sandalia.

Hoy he pisado tierra y siento que el suelo indiferente, el suelo áspero, el suelo pobre, que antes, me caía con todo su designio de desgracia, hoy es un rostro amable, que me dice, tú no sufriste por ser sumisa y combatiente.

Con los pies en la tierra, inicio una nueva década, un nuevo tiempo. Quiera Dios que los caminos sigan siendo abiertos, llenos de oportunidades, de días encendidos de alegría y sueños que se atesoran cada mañana para la realidad del día.