La estética de la existencia

Galo Guerrero-Jiménez

La expresión sobre la estética de la existencia marca el punto de partida para que cada ser humano aprenda a educarse y a relacionarse con los demás en orden a adquirir una formación que le permita desenvolverse con toda la belleza de su condición humana, en primer lugar, cuidando de sí mismo, es decir, de su corporalidad y de su mentalidad más sentida para la reflexión en todo lo que significa dar vida sana a la mente y al cuerpo; y, en segundo lugar,  para que aprenda a relacionarse desde sus acciones pragmático-lingüísticas, biológica y culturalmente adquiridas en el trascurso de su historial humano como persona.

En este orden, debe crearse una estética de la existencia humana como producto de nuestra circunstancia biológica, la cual, asumida desde diversos contextos culturales y ambientales, nos conlleva a una estética educativa, filosófica y agudamente asumida para nuestra relación de encuentro con la otredad, es decir, con el prójimo, con el cual tenemos que aprender a “vivir como personas, [porque] nos desarrollamos y maduramos como tales creando diversos modos de encuentro. Los seres humanos nacemos prematuramente, a medio gestar, un año antes de lo que debiéramos si nuestros sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos hubieran de estar relativamente maduros. Este anticipo responde a la necesidad de que el bebé recién nacido acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación al entorno. Su entorno es, en primer lugar, su madre, luego el padre y los hermanos. Si meditamos bien este hecho, descubrimos la importancia decisiva de la categoría de relación” (López Quintás, 2014), con la cual proyectamos nuestra estética de la existencia convertida en una relación auténticamente humana, sobre todo porque, de manera consciente tanto en el plano psicológico y filosófico-axiológico-ético, tal como señala López Quintás: “Yo puedo saludarte porque soy capaz de vivir al mismo tiempo en siete niveles de realidad: el físico, el fisiológico, el psíquico, el afectivo-espiritual, el simbólico, el sociológico, el cultural…, y tú puedes contestar a mi saludo por la misma razón” (2014).

Por consiguiente, estos siete niveles de realidad hacen del ser existente un ser estético y, por ende, automáticamente ético, dado que su auto educabilidad lo ha convertido en una obra de arte viviente, tal como la concibieron hace miles de años los ciudadanos de Grecia cuando recibieron el fuerte impacto de ser absorbidos por el poder omnímodo de la cultura imperial que sometía a las ciudades que conquistaba desde la crueldad de la guerra y, “ante el eclipse de la vida ciudadana, ciertas personas decidieron dedicar sus energías a aprender; a educarse con la esperanza de permanecer libres e independientes en  un mundo sometido; a desarrollarse hasta el máximo posible todos sus talentos; a conseguir la mejor versión posible de sí mismos; a modelar su interior como una estatua; a hacer de su propia vida una obra de arte” (Vallejo, 2021), tan impactante que, hasta hoy se sienten sus efectos de grandeza humana, cultural y científica, que impregnaron para la eternidad Aristóteles, Platón, Sócrates y otros filósofos griegos que dejaron por escrito su estética de la existencia.

Pues, hoy más que nunca, frente a la arremetida bárbara, inhumana de ciertos grupos de poder económico y político mal formados, perversos, nos corresponde auto educarnos para la adquisición de una estética personal, sobre todo, atreviéndonos a saber, a conocer, a indagar por nuestra cuenta lo que hay en infinidad de modelos estéticos de escritura en el campo humanístico, cultural, científico, moral, político, filosófico y literario para que, a través de la lectura, nos demos cuenta que, “lo importante al leer no es lo que nosotros pensemos del texto, sino lo que desde el texto o contra el texto o a partir del texto podamos pensar de nosotros mismos. Si no es así, no hay lectura (…). Y de lo que se trata, al leer, es de que a uno le pase algo” (Larrosa, 2007); y ese algo, está, justamente, en la adquisición de una estética paulatina para el encuentro de lo auténticamente humano, tan venida a menos en este mundo asfixiante que con urgencia necesita ser vivido desde la ejecución de los talentos personales más sentidos y asumidos estéticamente.