David Rodríguez
Necesaria es la estructuración del pasado, tanto preincaica como precolonial, colonial y republicana, por las distintas versiones, hasta contradicciones, que nos han dejado ciertos cronistas que formaron parte interesada en la conquista y por los historiadores que han puesto en juego sus intereses políticos. Los cronistas escribieron para agradar a los españoles y engrandecer su casta. Los únicos que pudieron hablar la verdad de nuestra historia cultural fueron los amautas y quipocamayos, los farautes y trujamanes, pero sus trabajos fueron destruidos salvajemente por los conventuales de la Santa Inquisición. La historia de nuestra cultura es blancoide. Los historiadores han hallado comodidad en el puesto de madrepatrieros o afiliándose al partido de los vende patrias; han rehuido situarse en el estudio y la polémica constructiva.
Los resultados étnicos y culturales de la conquista y coloniaje son un mundo geográfico y de sistemas de vida que fueron el comienzo de un proceso de desarrollo cultural llamado cristianismo, dividido en 2 épocas: medieval y moderna.
La cultura europea y mediterránea frente la cultura aborigen; hombres blancos y hombres cobrizos; los unos en territorio adquirido a tajos de espada y truenos de arcabuz y los otros en territorio propio. Ambos con lengua nativa y de carácter nacional, con técnicas agrícolas, especies vegetales y otros animales domesticados, otras artes, ciencias y creencias.
El desplazamiento de etnias y el cruce biológico comenzó con las fundaciones de ciudades y pueblos. El urbanismo provocó el cruce biológico de 2 grupos de filiación étnica distinta, dando comienzo el proceso de mestizaje entre españoles y aborígenes, entre blancos y cobrizos, entre sangre azul y la roja. El número de mestizos y de chazos creció con increíble rapidez. El mayor número de chazos se hicieron en los presbiterios. Lugo fue fundada por unos 60 vecinos que vivieron a costa de unos 2000 Cusibambas.
Se establecieron las categorías sociales con criterios de raza. Nació el Cholo, el indio, el noble, el zambo, el negro esclavo de Timbuctú y el mulato producto del blanco con la negra de Nigeria; cada etnia estaba sujeta a sus regímenes socioeconómicos y a discriminaciones, en lo que respecta a deberes sociales y derechos naturales del hombre.
Los colonizadores no dieron a los colonizados algo de sí. Volvieron a su chulería antes que superarse. Los descubiertos fueron para los descubridores una especie de mono; del mono hicieron irrisión y del indio tragedia. Hicieron lo que los moros vencedores con los cristianos vencidos: acarrear piedras y barro sobre las espaldas sangrantes, para ayudar al levantamiento de los templos de una religión aborrecida; repitieron la acción de los godos vencedores: convirtieron las mezquitas moriscas, de genial arquitectura gótica, en montones de ruinas. Como violaron los moros a las aguadoras, que cogían agua en sus cántaros al son de un fandango, violaron a las vistas las Vestales, a las Coyas, Nustas y a las Pallas. Las manos conquistadoras no sirvieron sino para quitar, comer, rascar y defender.
So pretextos de religión se hicieron conventuales ciertos bribones, orgullosos y ociosos. Mientras los artífices criollos morían en las mitas del trabajo y las minas, los sacerdotes vagos se empleaban en labores estériles y se convirtieron, con sus fechorías, en parásitos o fuentes de corrupción y pauperismo. ¿Consiste la santidad en destruir? Devoraron y devastaron los frutos del agro, y dijeron, en su lengua hipócrita: Sed mansos de corazón, Jesús ha decretado así, en vista de vuestra herejía, así estaba escrito, Dios lo quiso así. Confundieron a la raza aborigen y sumieron a sus sentimientos en un mar de turbaciones. Esa fue la cultura venida del cielo.
Dos lacras sociales trajeron: ignorancia y codicia; por ellas pusieron a los jatums contra los ayllos y a las marcas contra las llactas. Los fuertes hicieron llover del cielo poderes mendaces, sacrílegos, cepos, credulidades y despotismos religiosos, vicios, virtudes y decretos de destinos, soledad de duelo y de ruina. El cielo, al disminuir los medios de resistencia, facilitó a los conquistadores, entregarse a los placeres más que a la cultura.
Los crímenes culturales, en su mayor significación, pertenecen a ciertos soldados de Cristo y no a España; a esa prolongación inquisidora de los Zumárragas y Torquemadas. Cuántos crímenes no se cometieron después de la conquista, cuántas acciones negras pesaron sobre él jesuitismo para su expulsión de América, no tuvimos un mandatario que si no hubiera sido por el machete oportuno y vengador, hubiera fusilado a la mitad de los ecuatorianos a fin de quedarse con la otra mitad de sus turiferarios. Conquista: contraste de sombras y luces; pulso uña en copa de plata y en vaso de oro veneno.
Los colonizadores trajeron una cultura de penetración, de estructura política de dominio, por lo que ha pagado un alto costo social y político la raza indígena y las clases populares. Dominación torturante para los dialectos y las creencias; modos de vida y cultura establecidos para la conquista y la colonización, dominios desnacionalizantes.
Dicen que más llegaron náufragos que navegantes; llegaron náufragos con una cultura de mercado que producía pocos ricos y miles de pobres. Cultura fatalista, de silencio conventual, de crimen y aventuras, que todavía subsiste en las radios, televisión e internet. Mercado y espectáculo juntos para mantenernos siempre cerca del miedo y al crimen. Silencio en los claustros monacales y en las celdas de las cárceles. En las calles sólo se oían los pasos conquistadores. En las iglesias, en los páramos, los indios hicieron sus cantos y los cantaros en silencio también, bailaron en su música propia y rieron en su propio canto y chiste, lloraron en su dolor y en silencio murmuraron, como si estuvieran orando ante un dios que había muerto.
La concesión del Rey de España de las encomiendas y a la vez de las mitas y los obrajes, el derecho a la pernada, en 2 leguas a la redonda, las doctrinas, vaquerías y cofradías a clérigos con sotana y sin sotana, ahondó el odio del nativo al hispano y, esas culturas que estaban entrando en relación, se dispersaron en lo socioeconómico y en lo sexual tomaron el camino de la clandestinidad y la negación de la personalidad aborigen, de su extraordinaria concepción de trabajo y de la propiedad. Nació el feudalismo. Los colonizadores vivían bien a costa de los que vivían mal. Explotaron, en su beneficio, los sistemas criollos de irrigación y domesticación de una riquísima variedad de plantas y animales. Nació el odio porque se destruyó la llama y la Vicuña, cuyo sabroso corazón gustó mucho a los vagos colonizadores.
En muchos casos y algunos eruditos historiadores colonitas, confunden a la Fundación con las reducciones de indios. En el periodo comprendido entre 1532 y 1570 se realizaron reducciones de indios a pueblos miserables; los jatums y ayllos, las marcas y las llactas, dejaban de ser tales porque no eran gobernadas por los hispanos. Primero fueron los indios los que se congregaron en buenos poblados. Los encomenderos presentaron una abierta y frontal oposición a la Fundación de las ciudades porque en ellas estaba el mando de los reductores, que disponían de elementos humanos para sus guerras civiles. No en otra forma laboró el marqués de Cañete y Conde de Nieva. Los indios se encontraban diseminados por los montes y había que reducirlos en pueblos, lugares y sitios apropiados para la conversión, doctrina, Gobierno y policía de los naturales. No se reglamentaron las reducciones, sino que se concedieron ciertas ventajas a los doctrineros, frailes y encomenderos. Las principales reducciones fueron organizadas en las zonas occidentales por los dominicos. Donde no era posible la reducción, no había Fundación. Evitando a la reducción y a las mitas, muchos indios vinieron a vivir clandestinamente en los arrabales de la ciudad de Loxa y otras poblaciones, en chozas, rancherías y en una forma miserable. En la reducción era fácil el empadronamiento para la fijación y recaudación de las nuevas tasas y en el reparto, entre encomenderos y corregidores de la abundante mano de obra.