Galo Guerrero-Jiménez
Es innegable que nuestra conducta humana es el producto de la interacción entre herencia biológica y el entorno socio-cultural en el cual nos movemos. Y lo sorprendente de esta realidad vital es que al nacer ya contamos con ciertas aptitudes y una manera de ser muy peculiar y tan particular en cada naciente que, por supuesto, se desarrollará armónica o malsanamente según las circunstancias que la vida le depara a cada ser humano y que, por ende, se desenvuelve gracias a que la mente ya posee una organización innata, lo cual es tan saludable para que a lo largo de su vida pueda enfrentar racionalmente “los tintes morales, emocionales y políticos que el concepto de la naturaleza humana entraña en la vida moderna (…) [desde] una interacción compleja entre la herencia y el medio: la cultura es esencial, pero no podría existir sin unas facultades mentales que permiten que los seres humanos construyan y aprendan la cultura” (Pinker, 2021) de la comunidad en la cual interactúan cotidianamente desde el ámbito de su formación y con el estilo e individualidad que le es característica a cada persona.
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