Por: Sandra Beatriz Ludeña
La cultura empresarial se desarrolla en el tiempo y se conforma de los distintos saberes y prácticas tanto productivas como comerciales, sin lugar a dudas goza de una rica tradición histórica y del grado de ética con la que operen las empresas.
Esto lo comprobé con ocasión de una demanda que enfrentó un familiar, el cual laboraba en una importadora de gran envergadura. Esta historia, enseña a ver qué es bondad, buenas intenciones y perversidad, como parte de esa cultura empresarial, se destapa prácticas, que ensucian lo que el qué hacer de empresa debe ser.
Es el caso de un trabajador de seguridad que en el año 2017 recibe la oferta irresistible, para ser distribuidor de electrodomésticos, en la empresa en la cual laboraba. Cabe aclarar que esta vendía por cuenta propia y que para el efecto, nunca requirió de distribuidores.
El trabajador era ajeno a la venta de electrodomésticos, no conocía nada de técnicas, ni del Derecho Mercantil y no sabía llenar letras de cambio, redactar pagarés a la orden, menos operar con chequera y menos de instituciones contractuales. No documentaba negocios. En esas condiciones, la propuesta era su géneris y falsamente generosa.
La propuesta venía desde la gerencia de la agencia y apenas fue aceptada verbalmente por el incauto trabajador, se puso en marcha. Uno de los empleados le dio las instrucciones, que no eran más que avisara los electrodomésticos a sus amistades, que una vez consiguiera interesados, sacaban del inventario y le entregaban; tan fácil, como pan. Ah, había que firmar papeles, algo de rutina.
El distribuidor novato, tenía que ofertar de boca las mercancías. Para seriedad del negocio, registrar los abonos en tarjetas, con nombre del cliente, fecha del abono, cantidad en dólares y firmaba la conformidad de la operación, el cliente.
Así las planchas, licuadoras, lavadoras y otras “doras”, salían como en ganga. El nuevo distribuidor arrasaba con la venta local, pues, nadie se resistía a la facilidad. Venga, lleve, bueno, bonito y bacán.
Pero, luego los clientes no pagaban, entonces el distribuidor pidió ayuda a la importadora y contestaron, que así mismo es la gestión de cobranza.
Un día, le suspendieron las entregas. Las políticas cambiaron, para seguir tenía que traer un garante, con bien inmueble. El distribuidor insistía en el emprendimiento, así ofreció la garantía de su padre.
Un padre no niega ayuda a sus hijos y menos si es una causa noble, por lo que el camino estaba hecho. Se pueden imaginar cómo terminó la historia. La demanda de la gran importadora barre con el patrimonio del anciano y arruina la vida del esperanzado por días mejores. Esto es lo contrario de la ética empresarial y la buena fe. Las razones del gerente, quedan a la imaginación.