El baúl de los recuerdos: Manuel Veintimilla Jaramillo en la historia comercial de Loja 

Efraín Borrero E.

Cuando el 20 de noviembre de 1919 se creó la “Unión Comercial”, integrada por comerciantes de Loja, la ciudad era pequeña, apenas tenía diez manzanas en sentido norte-sur y siete entre los ríos Zamora y Malacatos. Contaba aproximadamente con ocho mil habitantes que estaban completamente aislados del resto de la provincia y del país por falta de vías de comunicación.

A sus moradores les quedaba el consuelo de tener luz eléctrica, cuya planta operó desde el 1 de abril de 1899, constituyendo a Loja en la primera ciudad del Ecuador en brindar ese servicio público.

En la recoleta ciudad de entonces la vida era relativamente tranquila, aunque no dejaba de inquietar los incidentes que se sucedían en la frontera con el Perú, como los ocurridos pocos años atrás en la zona del río Napo y luego en Torres Causana, donde ofrendó su vida el ilustre hijo de Catacocha, teniente-coronel Lauro Guerrero Becerra.

La convivencia se enmarcaba en el respeto mutuo. El saludo era una norma básica de comportamiento que se forjaba en los hogares y en la escuela. La gente acudía con frecuencia a los templos religiosos por su devoción a la Inmaculada Concepción de María, bajo cuya advocación se fundó la ciudad de Loja, que, según Fray Vicente Caicedo, le permitió ser la primera en América con esa gloria y privilegio.

Había un Cuerpo Consular cuyas funciones fueron ejercidas por ciudadanos lojanos en calidad de cónsules ad honórem. Uno de ellos llegó a representar a los Estados Unidos, Brasil y Chile; otro a Argentina, y alguien más a Colombia.

No existía ninguna entidad financiera por lo que el dinero, consistente en sucres, soles peruanos y libras esterlinas, así como joyas y otras cosas de valor, se guardaban secretamente en las casas o en algún lugar especial. Ese secretismo dio pábulo para que la gente forjara el mito de las “huacas”, término quechua que en la cosmovisión andina tenía una connotación específica, pero que en nuestro medio se constituyó en la aventura de los buscadores de tesoros.

Don Julio Eguiguren contó una anécdota muy singular: Hace muchos años, al otro lado de su casa situada en la calle Bolívar, habitaban unas monjitas a las que se les ocurrió presumir que en la pared colindante estaba la huaca de la familia Eguiguren, entonces decidieron horadarla con todo lo que tenían a su alcance, hasta que la pared se derrumbó como consecuencia de las perforaciones y sin el resultado esperado.

En esa pequeña urbe lojana la actividad comercial fue el motor que dinamizó la economía. El hecho de encontrarse cerca de la frontera con el Perú contribuyó notablemente a colocarla entre una de las principales plazas comerciales del país. De otra parte, la importación y exportación de productos y artículos tuvo significativa importancia.

Para entonces, la ciudad contaba con más de treinta establecimientos comerciales en varios géneros, pero fue el acaudalado hombre de negocios, Manuel Veintimilla Jaramillo, quien logró un estatus de preeminencia con su gran depósito de ventas al por mayor y menor de casimires, telas, sombreros, artículos de lujo, fantasías, muebles y espejos importados, además de fungir como agente de revistas y periódicos.

Capítulo aparte mereció la importación de pianos alemanes que venían desde el puerto en hombros de varias personas, y que una vez armados se hacía una demostración de los mismos en el parque central con artistas como Salvador Bustamante Celi, luego de lo cual eran trasladados a las residencias de quienes los habían adquirido. Manuel Veintimilla también se reservó uno de esos pianos al que su hijo, Fidel Veintimilla Palacios, lo tocaba con primor

Mi entrañable amigo, Guillermo Del Pozo Veintimilla, me comentó que su madre lo evocaba como una persona extremadamente correcta, estricta en demasía, de una honestidad prístina y profundamente piadosa, principios que inculcó con esmero a sus hijos. Manifestó que, en numerosos Jueves Santos, después de la misa, la Eucaristía quedaba cautiva en el sagrario. La autoridad eclesiástica solía entregar la llave del tabernáculo a uno de los ilustres ciudadanos de Loja, lo que constituía un honor insuperable, y que en numerosas ocasiones su abuelo fue depositario de esa llave.

Manuel Veintimilla Jaramillo fue muy apreciado por los círculos sociales de la Loja de entonces. Contrajo matrimonio con Hortensia Palacios Ledesma, hermana del connotado poeta José Joaquín Palacios, quien tuvo el valor de decirle al sol que es un cobarde por dejar sin luz las tardes otoñales. Procrearon una respetable familia merecedora del afecto y consideración ciudadana, cuyos descendientes se han destacado en diversas actividades profesionales, productivas y artísticas.

Pero además de su trajinar comercial, Manuel Veintimilla Jaramillo fue un hombre lleno de civismo. Frente a los problemas territoriales con el vecino país del sur conformó en 1910 la Junta Patriótica en defensa de la soberanía nacional, junto con Máximo Agustín Rodríguez, Víctor Antonio Castillo, Agustín Cueva, Pío Jaramillo Alvarado, Agustín Carrión, Darío Palacios, Benigno Valdivieso, Rafael Riofrío Carrión, Carlos Valdivieso, Juan Ruiz y Manuel Samaniego.

También le preocupó los problemas locales, especialmente los generados por los saqueos de 1902 que alarmaron a la población lojana y produjeron una secuela de zozobra. Recordando esos lamentables hechos y con profundo sentimiento de lojanidad, publicó en 1907 un extenso manifiesto dirigido especialmente a los jóvenes, a quienes motivó para que sean trabajadores sin cesar y emprendedores eficientes, recordándoles que “la frente honrada que en sudor se moja / jamás ante otra frente se sonroja / ni se rinde servil a quien la ultraja».

Impulsado por esas circunstancias y por el deseo de servir a la colectividad lojana, Manuel Veintimilla Jaramillo lideró las acciones para la conformación de la “Unión Comercial” de Loja, de la que fueron parte diecinueve distinguidos comerciantes, siendo su primer presidente.

Así nació la agremiación de los comerciantes de nuestra querida ciudad, que con la Ley de Cámaras de Comercio de 1938 se convirtió en la H. Cámara de Comercio de Loja, ejerciendo la presidencia en esa nueva etapa, Ángel Minos Cueva Ontaneda, quien la erigió por todo lo alto para que sea una de las más representativas instituciones privadas, cuyo accionar, a lo largo de ciento tres años, ha marcado una honda huella en la historia lojana.

Años más tarde, en 1947, durante la presidencia de Rafael Soria, el Municipio donó el lote de terreno situado en la Avenida Universitaria, entre 10 de agosto y Rocafuerte, y al año siguiente se inició la construcción del actual edificio, en la presidencia de Arsenio Vivanco Neira, obra encargada al arquitecto y escultor chileno Hugo Faggioni de ascendencia italiana, que vino a Loja para levantar el edificio de la Prefectura Provincial, tal como se muestra hoy.

A lo largo del tiempo han sido cuarenta y cuatro los hombres que han conducido la Cámara de Comercio de Loja, cada uno poniendo su inteligencia y entusiasmo al servicio de esta noble institución; como también lo han hecho algunas entusiastas y distinguidas mujeres que desde 1986 han ostentado la Presidencia del Comité de Damas.

No menos importante ha sido la presencia de las bellas reinas que con sus encantos han colmado de espiritualidad a la Cámara de Comercio. Nelly Rodríguez Tandazo, Inés Borrero Espinosa y Fanny Jaramillo Carrión fueron las primeras en lucir la corona y engalanar con su brillo a esa prestigiosa institución gremial.

Cuando conocí en detalle la vida de Manuel Veintimilla Jaramillo, y en ella la fortaleza de su ser para alcanzar grandes logros, me vino a la mente el hermoso pensamiento del insigne Víctor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad».