Por: Lcdo. Augusto Costa Zabaleta
La batalla cultural no es un fenómeno histórico, como se ha conceptualizado, no se podría hallar batallas culturales en todos los tiempos y en todos los lugares; la batalla cultural tiene un contexto socio-histórico de emergencia bien preciso que posibilita, concebir la cultura como un campo de acción autonomizado de otras dimensiones sociales y disponer de los mecanismos tecno culturales que abren la posibilidad de una dirección cultural e ideológica de la sociedad; tal contexto es el de la modernidad.
En el lenguaje ordinario y en relación con su origen etimológico (modernus), lo moderno es aquello que reviste plena actualidad, que está a la orden del día; moderno es quién vive, pues, conforme a los valores y a la tecnología de ahora mismo; la modernidad, así, siempre según su acepción ordinaria, sería aquello que consagra como actual lo que dispone del poder necesario para encarnar una “novedad”, y moderno representa el ajuste respecto de esa presunta actualidad creer, al buen tono de la “New Age”, que se ha ingresado en la “mira astrológica de acuario” porque la posición del sol ya ha superado la “era de piscis” es cosa moderna, pero creer en lo que dice la Biblia al pie de la letra es propio de místicos medievales.
Pero no, está noción vulgar de modernidad no es la que interesa, sino aquella que cuando se refiere a la modernidad procura significar un contexto sociohistórico iniciado en Europa en el siglo XVI Y XVIII; es por entonces cuándo, en efecto se suscita una reestructuración completa de la sociedad, desde el nacimiento del Estado moderno a partir de la paulatina centralización del poder hasta el eterno recambio de los esquemas de estratificación social; desde los procesos de urbanización que alteraron no solo el paisaje, sino también las propias relaciones sociales, hasta las nuevas ideologías que ponían al hombre y su razón en el centro de todo.
Había cambiado de manera significativa en esas sociedades; la sociología (y también la antropología) clásica dedicó importantes esfuerzos de conceptualización y clasificación para poder explicar lo que había cambiado.
Así, por ejemplo, la diferencia que establece Durkheim entre “solidaridad mecánica” y “solidaridad orgánica”, qué está dada por la diferencia entre una sociedad integrada y coherente, a partir de una “conciencia colectiva”, frente a una integridad y coherente a partir de una creciente división social del trabajo (moderna).
Con la modernidad surge, pues, una forma completamente distinta de articular las relaciones sociales, de establecer las estructuras de dominación y de justificar el poder; en una palabra: ve la luz un nuevo tipo de sociedad, diferente hasta la médula respecto de todo lo anterior; en el centro puede hallarse el exponencial aumento de la división social del trabajo, y la racionalización formal que va privando al mundo de su magia o encantamiento, para encontrar el conocimiento racional como medida de todas las cosas, bajo la lógica del cálculo de medios y fines.
Lcdo. Augusto Costa Zabaleta
Ced. # 1100310455