Quilanga, 15 de abril 2023
No se puede negar la crisis en la que el país viene desenvolviéndose, no de ahora, sino de mucho tiempo atrás. Habrá causas y causas, todas válidas, porque provienen del pensar, actuar y sentir de la persona como individuo, de las organizaciones políticas, gremios empresariales, colectivos sociales, de los líderes gobernantes y del relato que se refleja en los medios comunicación convencionales y digitales.
Las voces “autorizadas”, generalmente, son las mismas que desfilan en todos por todos los espacios constituidos, mientras que las divergentes son menos y cada vez tienen que reinventarse en la esfera de esta sociedad líquida que nos embarca en lo mediático, banal y relativo.
Desde mi comprensión de lo real y de la realidad, la crisis que arrastramos emerge en el profundo distanciamiento de los grupos de poder político y económico que privilegian ideologías e intereses particulares o de grupo en desmedro de las aspiraciones de la mayoría de ecuatorianos; la crisis se profundiza por la lucha permanente entre antivalores frente a los valores.
El liderazgo político es condición sine qua non en la conducción del país o de una ciudad, la realidad es que los líderes de los partidos y movimientos políticos enquistados en las esferas del poder constituido nacional o local, ubicados sea por participación electoral, por la generosidad de la dedocracia o fraudes muy inteligenciados, carecen del liderazgo nacional y por ende la autoridad política se debilita, a lo que se suma el privilegio de su círculo que imposibilita acuerdos, negociaciones y compromisos por el bien de todos.
El líder que motiva, inspira y transforma es aquel que se identifica camina, acompaña y asume como suyas las causas por el buen vivir. No se enreda en los hilos de los antivalores de la mentira y la corrupción, que le ofrecen una vida fácil, al contrario, se edifica en la coherencia entre el pensar, actuar y vivir. Su razón de ser es su país.
El poder económico es aún más distante y permite una sociedad prebendaría. En donde pocos tienen mucho y muchos tiene poco. La brecha de la desigualdad social y económica es más fuerte. Lo pobreza y extrema pobreza se agudiza por la falta empleo, el desempleo y subempleo que no permiten contar con tierra, trabajo y techo dignos. La migración como fenómeno social toma fuerza y con ello la familia base de la construcción de la nueva sociedad se diluye.
Los grupos económicos que son de raigambre histórico, precisamente, porque el modelo de vida predominante se sustenta en la rentabilidad y acumulación del capital sobre la vida y dignidad de las personas y de la naturaleza.
Ante esta realidad es momento de empezar a actuar juntos para sembrar esperanza, actuar con decisión, cultivar valores y promover un modo de hacer política basado en el bien común y el buen vivir, superar los intereses particulares con fines ideológicos-partidistas o de grupos económicos y abrir la puerta del progreso y desarrollo integral.
Los ciudadanos debemos despertar de nuestro silencio para despojarnos de todo vestigio de resignación, indiferencia o egoísmo y empezar a rechazar las reiteradas contradicciones, las violaciones impunes de los derechos fundamentales, las mentiras flagrantes, las promesas incumplidas de los políticos de turno. De su lado, los líderes políticos y grupos económicos renovarse a un nuevo modelo de vida en donde ya no exista “ninguna familia sin vivienda, ningún campesino sin tierra, ningún trabajador sin derechos, ningún pueblo sin soberanía, ninguna persona sin dignidad, ningún niño sin infancia, ningún joven sin posibilidades, ningún anciano sin una venerable vejez” (Papa Francisco).