Efraín Borrero E.
Hace pocos días tuve la oportunidad de conversar con Marcelo Capa, un ingeniero comercial. Me comentó que su padre, Manuel Vicente Benjamín Capa Escaleras, conocido comúnmente como Don Capa, había fallecido el veinte y cuatro de junio pasado, a la edad de ochenta y un años.
No conocí personalmente a este legendario personaje lojano, pero sabía que era un hombre alto, corpulento y de manos grandes con las cuales ponía en su sitio los huesos luxados de quienes confiaban en sus masajes. Si alguien padecía de alguna dolencia muscular o creía que algún hueso se le había zafado, como dicen coloquialmente, la primera recomendación era visitar a Don Capa.
Pero Marcelo me aclaró que su padre fue en realidad un sanador, cuyos conocimientos ancestrales recibió en una comunidad de la nacionalidad Tsáchila, etnia aborigen que es la cultura más representativa del cantón Santo Domingo, a la que acudió en pos de curarse de una fuerte enfermedad que, en sus palabras, ningún médico alopático pudo determinar su origen. Frisaba entonces dieciocho años.
Allí le hicieron un tratamiento a base de limpias con montes; le aplicaron el misterioso procedimiento de pasar un huevo fresco de gallina por el cuerpo con la finalidad de averiguar las causas de la enfermedad y extraerla; le dieron a beber infusiones que se prepara hirviendo en agua ciertas hojas, flores, frutos o cortezas de plantas conocidas del lugar, y algunos masajes para sellar el tratamiento, luego de lo cual sintió una notable mejoría.
Cuenta Marcelo que el tsáchila que lo trataba sintió empatía por Don Capa e identificó que tenía aptitudes innatas para ser sanador, razón por la cual le transmitió en forma generosa sus conocimientos ancestrales. De esa forma su padre se inclinó por la medicina ancestral, y enriquecido con esos conocimientos retornó a Loja para ponerla en práctica.
Adicionalmente, Don Capa tenía conocimientos para asistir a las mujeres parturientas, los mismos que fueron legados por su madre Rosario Margarita Escaleras Granda, una conocida partera y curandera ancestral, que, como su madre, la abuela de Don Capa, eran requeridas para atender partos en la urbe y en el sector rural.
De lo que se tiene noticia, a lo largo y ancho de la provincia había algunas parteras que desde antaño cubrían la gran demanda de parturientas. En las haciendas, donde los propietarios se refundían por largas temporadas junto con sus familias, algunas esposas de arrimados cumplían esa tarea.
En la práctica era el único recurso de las mujeres embarazadas, hasta que poco a poco fueron apareciendo los médicos y obstetras. Enrique Noboa Flores afirma que “la obstetricia ecuatoriana comenzó con la labor de las parteras empíricas, cuyo conocimiento se originó en la experiencia y fue transmitido de madres a hijas de manera informal”.
Marcelo asegura que su padre ejerció durante sesenta años la medicina ancestral, así como la partería tradicional. Él mismo elaboraba sus propios remedios a base de hiervas, incluso utilizando la cascarilla. Su fuerte eran las limpias energéticas, los soplos y los florecimientos que, según los que lo aplican, son la puerta de entrada al éxito.
En nuestra ciudad algunas personas se dedican a los baños de florecimiento y mucha gente acude a ellos. Eso ocurrió con la pandemia para dejar atrás todo lo malo. En el mercado también dan baños de florecimiento y en algún local venden pequeñas botellas de no sé qué cosa para todo lo que el cliente desee. La vendedora dice que cada botellita tiene su propiedad, por ejemplo: para que vuelva la ingrata, para tener fortuna, para conseguir trabajo; y, la especial: “sígueme, sígueme”, para llenarse de mujeres.
Le pregunté a Marcelo si en algún momento Don Capa había utilizado el estetoscopio, aquella manguera con un mágico aparato pequeño que los galenos generalmente la cuelgan en sus hombros, y que fue invento genial del médico francés René Laënnec, allá por 1816, porque le avergonzaba acercarse al pecho de las mujeres, tajantemente me dijo que no, porque él curaba con Dios que es quien le concedió ese don. Todo lo detectaba a puro ojo y con sus manos, que, incluso, con frotaciones curaban los granos y la sarna.
Me comentó que era un experto en ver la orina de los pacientes. En el caso de las mujeres podía establecer si estaba embarazada. También utilizaba el péndulo para determinar el sexo del que estaba por nacer.
Sin embargo, siendo una actividad que no estaba contemplada por el régimen jurídico nacional, siempre estuvo en la mira de médicos y autoridades sanitarias, las que realizaban frecuentes operativos para requisarle lo que más podían. El propio Don Capa aseguró que, en 1984, sus seguidores se amotinaron y marcharon hasta la Jefatura de Salud para pedir que lo dejen trabajar tranquilo.
Este problema se resolvió con la actual Constitución, que garantiza la promoción de la salud, prevención y atención integral, familiar y comunitaria, con base en la atención primaria; articulando los diferentes niveles de cuidado y promoviendo la complementariedad con las medicinas ancestrales y alternativas.
Desde entonces Don Capa y todos los que se dedicaban a esas prácticas en el Ecuador pudieron dormir tranquilos, aunque en realidad el Ministerio de Salud no tuvo una posición clara sobre el asunto.
Fue el diecinueve de julio del 2016 que esa Cartera de Estado dio instrucciones claras y precisas a sus servidores jerárquicos para que se lleven como panas con quienes practicaban la medicina ancestral, dejando en claro que: “La medicina ancestral no puede ser profesionalizada porque los saberes no se aprenden en aulas, sino mediante contacto con la naturaleza, sus remedios y sus espíritus. El don de la sanación requiere de un crecimiento personal y no puede ser sustituido por la academia.”
El Ministerio procedió a registrarlos previo el cumplimiento de una serie de requisitos, y a otorgarles un certificado que los beneficiarios lo mostraban bien enmarcado con orgullo. Incluso se organizaron en la “Asociación de Medicina Ancestral Alternativa y Terapias Complementarias”.
Realizaban ferias y “casas abiertas” para que la ciudadanía conozca en detalle sus actividades, siempre de la mano del Ministerio de Salud.
Marcelo aseguró que su padre fue muy considerado y respetado por ser el sabio mayor del Consejo de Ancestrales. Que en más de una ocasión presidió el ritual ceremonial de la Chakana, explicando que se ubicaba en el centro de la mesa sagrada compuesta por cuarzos y piedras de distintos tamaños, colores y pesos; varas de chonta, membrillo, ajo, espada de acero qué se colocaba en el centro; botellas con compuestos de plantas de cerro y laguna; agua de chorreras y lagunas capaces de sanar, y caracoles de mar de diferentes formas.
En la cosmovisión andina la Chakana, que en quechua significa escalera o puente hacia lo alto, es un símbolo milenario con más de cuatro mil años de antigüedad. Tiene forma geométrica resultante de las observaciones astronómicas que representa sintéticamente al universo. Su figura es el de una cruz cuadrada y escalonada con doce puntas. Simboliza que todo se cumple de acuerdo a una continuidad; también representa una escalera que mantiene unido al hombre con el cosmos, así como las cuatro dimensiones necesarias para la vida en una comunidad: espiritual, social, política y económica.
Hace pocos días estuvimos en Saraguro para inaugurar el Centro de Interpretación de la Memoria Histórica del Pueblo Saraguro, dentro de la programación con ocasión de la visita del director de la Academia Nacional de Historia, acto en el cual se cumplió la ceremonia de la Chakana. Fue una experiencia maravillosa e inolvidable gracias al empeño de nuestro distinguido colega Ángel Polivio Chalán.
Pienso que sobre los resultados sanativos de Don Capa habrá comentarios de toda índole. La única versión fehaciente que conozco es la proporcionada por mi amigo Gabriel Gómez, quien asegura que hace unos treinta años, su hermano, que era funcionario del Banco Central del Ecuador, sucursal Loja, a quien le diagnosticaron una hernia discal que solo podía ser tratada con una intervención quirúrgica, acudió a Don Capa por sugerencia de un pariente, llevando la radiografía.
El sanador le garantizó que podía curarlo sin operación. Le solicitó llevar una barreta de porte mediano. Él mismo ayudo a comprarla en una de las herrerías de nuestra urbe artesanal. Con la herramienta en mano lo acostaba en una especie de caballete y le hacía rodar la barreta por toda la espalda, y donde notaba alguna prominencia extraña o sentía dolor la asentaba con mayor presión; luego le sobaba esa parte corporal con una pomada preparada por él mismo.
Las “sesiones” del tratamiento fueron varias hasta que un día le dijo que ya estaba curado y que durante seis meses debía dormir en una cama dura solo con una jerga. Lo cierto es que el paciente nunca más volvió a sentir molestia alguna.
Fallecido Don Capa, su hijo Marcelo tomó la posta y a eso se dedica. Me confesó que siempre estuvo junto a su padre y que a lo largo del tiempo asimiló todos sus conocimientos y experiencias, enriqueciendo ese acervo con la permanente lectura de varias obras sobre el tema.
Una de las innovaciones que lleva a cabo Marcelo es la aplicación de masajes sonoros, más o menos como la terapia con cuencos tibetanos. El paciente se estira en una camilla, cierra los ojos, y exclusivamente se concentra en el sonido que produce el terapeuta al tocar ciertos implementos metálicos.
Tiene una activa participación en la “Asociación de Medicina Ancestral Alternativa y Terapias Complementarias”, en la que preside el Consejo de Ancestrales.
Con mentalidad diversa e inclusiva he narrado fidedignamente la vida de un conocido personaje lojano: Don Capa, sustentándome en la versión de su hijo Marcelo, a quien agradezco haber atendido mis inquietudes.