Este sol endemoniado
nos calienta la cabeza;
nos arroba, da pereza,
nos desinfla de contado.
Con el cuerpo chamuscado
subo, cruzo, voy y bajo
por la calle a mi trabajo
extenuado y sudoroso,
sobre piedras y cascajo.
El verano recurrente
nos agobia y entristece,
pues el agua no abastece
y el estío en inminente.
Legua seca va la gente
masticando sal y espuma
medio ciego entre la bruma
imprecando a taita Dios,
uno a uno, dos en dos,
tres en tres, pues todo suma.
Dijo ayer un cura chumo:
ya mismito nos racionan
el agüita y no perdonan
la planilla de consumo.
Con el fuego viene el humo
en los cerros circundantes
y en segundos, en instantes
se convierten en eriales
chamuscados y banales,
yermos, mustios y humeantes.
Sin las lluvias fresquecitas
no hay el líquido vital,
se reseca el pajonal
y se mueren las plantitas.
He pedido a santa Rita,
san Pedrito con esmero
que nos manden aguaceros
y nos mojen la campiña
donde juegas, niños, niñas
entre brisa y limoneros.
En las aulas escolares
el calor es un tormento,
es tortuoso sufrimiento
regresar a los hogares.
Se derriten los glaciares
y el calor de los océanos
va subiendo mis paisanos
sin que pueda revertirse;
solo queda corregirse
de los actos inhumanos.