Luis A. Quizhpe
La televisión es un invento John Logie Baird del Reino Unido en 1923 y quizás nunca se imaginó el impacto que causaría en los televidentes. Hoy en día su uso ha rayado lo normal porque la población ha llegado a niveles de adicción muy preocupantes. Figúrense: un hombre con promedio de vida de 70 años, ve 30 horas semanales de TV, lo que equivale a que en su vida vería 12 años y, de estos, 5 de comerciales. En Loja, en el año 2015, se hizo una encuesta a 688 jóvenes de entre 14 y 18 años, quienes afirmaron que dedican 4 horas a ver TV.
El nobel Milan Kundera dijo que la “imagología” domina el mundo, sobre todo en la televisión donde la imagen es el máximo vehículo de expresión y la gran víctima es la teleaudiencia, la cual es sometida a una “lobotomía” mental, es decir, nos quieren anular la interacción de nuestros lóbulos cerebrales. Pero, ¿por qué la gente está horas y horas en la TV, en especial los niños y los jóvenes? Por dos razones: primero, porque esta cajita tiene el poder catártico, es decir, produce en el vidente una especie de purificación de las pasiones mediante la emoción estética; y, segundo, para el espectador es casi como una terapia que le permite liberar del inconsciente ciertos recuerdos traumáticos.
Para conseguir todo aquello manipulan de manera irresponsable 4 elementos: 1) imágenes, 2) acontecimientos, 3) personajes y 4) públicos. Y ¿quienes manejan todo esto? Los grupos de poder, quienes son propietarios de los canales de transmisión de elevada tecnología y los emisores individuales. Entonces ellos mismos son los emisores y el medio de transmisión que manejan el código de acuerdo a sus intereses, y el vidente no tiene opción de participar ante el bombardeo de imágenes, para expresar su criterio, por lo que es sometido a la alienación total, es decir, a la anulación de su consciencia, convirtiéndose en simples digitadores o digitígrados, como el gato que, para cazar al ratón se apoya en dos dedos.
Claro que la TV ofrece gran cantidad de información de buena y mala calidad; permite aprender de otras culturas, ciencia, deportes, historia. Pero, “modela los gustos y los valores” que hasta hace unas décadas nos daban la familia, la religión, la escuela y la comunidad. Por esta razón, la televisión es un medio que los niños no deben manejar de forma libre y autónoma ya que no cuentan con la capacidad de discernir el contenido de los mensajes que reciben, y asumen lo que ven en forma pasiva y receptiva como si se tratara de la realidad.
Si la TV está como vicio, en el niño, se nota que pasa muchas horas mirando programas, se desespera si le prohíben, no puede pasar un par de horas sin ver los contenidos, apagarle el aparato le provoca agresividad e irritabilidad. Además, le causa ansiedad, inquietud, depresión, pensamientos obsesivos, aislamiento social; le estimula una sexualidad precoz, sedentarismo, obesidad; le altera los hábitos de sueño. La adicción a las pantallas es considerada como una enfermedad de salud mental. Por ello el rol de los padres es fundamental, puesto que deben buscar canales infantiles y otras alternativas sanas para el disfrute de los niños y deben regular tanto la cantidad como la calidad de su consumo, capaz de que la TV no le robe tiempo de interacción y aprendizaje.