Ser mujer en un mundo de hombres es aún un riesgo. Pero si fuese a ser amada, valorada, considerada, valdría la pena. Las mujeres queremos vivir en un mundo de verdaderos hombres. Tanto a nosotras como a ellos nos gusta el respeto. No somos iguales, y oscilamos entre quien manda más, y ese ir y venir entre machismo y feminismo, nos hace enemigos. Sueño en una sociedad, sin disputas del poder en la relación. Esto que ahora narro, estremece:
Lizbeth Baquerizo (Lis) fue asesinada recientemente, la mató su marido.
Sucedió y no es ficción: A la media noche del 21 de diciembre de 2020, los padres de Lizbeth recibieron la noticia: “Vengan rápido, Lizbeth está muertita”, —dijo el consuegro—. Cuando estos padres en su inconformidad, por lo brutal de lo acontecido, suplicaron: “por favor llame al 911, quizá la puedan salvar, el hombre insistía: no, no, Liz ya está muertita”.
Así de fácil, sin atragantarse, con la parsimonia de una mentira de día de inocentes.
Muertita, qué término para increíble. Poco usual para una noticia infausta. Los padres la encontraron en el piso, ensangrentada. La madre quiso asirla con su amor y reanimarla, pero Liz estaba rígida.
Se cayó por las escaleras, —así les explicaban—. Terrible accidente, nada que hacer. Pero, todo crimen deja que decir, y este gritaba sus laceraciones ocultas. Las dudas sacaban la lengua.
¿Por qué el marido no estaba inconsolable? ¿Por qué al instante la funeraria? ¿Por qué las miradas misteriosas? ¿Por qué las actitudes esquivas? ¿Por qué la palabra rara y diminutiva?
Hombres como: los de la funeraria, el consuegro, el esposo, y hasta del médico que extendió el certificado de defunción tenían apuro, unos por tapar el cadáver en la caja, otros por tapar la muerte en los papeles legales y en el velatorio hacerla menos visible, —como el dolor en vida de esta mujer—. Y en las corazonadas de los padres de Liz, pájaros carroñeros rondaban.
En el velorio, una amiga de Liz, saca a relucir confesiones de la difunta, y cuenta a la madre de la víctima, los maltratos que recibía del marido. “Ella aguantaba, esperanzada en solucionar todo, —lo amaba—“.
La madre al enterarse, llama a la Fiscalía, mientras su voz interior dice: ¿Por qué? ¿Cómo se hizo su verdugo si la amaba? ¿Cómo fingió tanto? ¡Era un monstruo!
La autopsia encontró golpes en el cerebro, y la cabeza pegada al cuello con pegamento instantáneo. El cuento fue de horror, el asesino huyó amparado en el mundo donde el machismo es tradición. Queda la misión para los verdaderos hombres: la justicia.
Mientras tanto en los hogares, hay padres que dejan que los hijos varones descuarticen las muñecas de las hermanas, como una travesura más y ella (niña aún), debe callar porque el varón manda.