El elefante y la cadena

Un enorme elefante permanecía en su lugar sin moverse, atado a una cadena que, si bien lucía fuerte, a su vez estaba unida a una estaca enterrada pocos centímetros en el suelo. Al verlo no era difícil imaginar al elefante arrancando la estaca con casi nada de esfuerzo y librándose de esa atadura. Pero, ¿si podía liberarse sin problema, por que no lo hacía?

La explicación es simple. Cuando el elefante de la historia era aún muy pequeño, casi desde su nacimiento, fue atado a una cadena similar a la que lo sujeta hoy y esa cadena estaba unida a una estaca fuertemente hincada en el suelo. El pequeño elefante luchaba por liberarse de su atadura un día y otro y el siguiente, sin conseguirlo; sus fuerzas no eran suficientes y su lucha nunca produjo resultados. Lamentablemente llegó el día en el que el elefante aceptó con impotencia y resignación su destino. Desde entonces, ni siquiera lo intenta, simplemente no escapa pues, a pesar de su gran fuerza, él cree que no puede. Acepta sus cadenas como algo normal.

Hechos como los observados en estos últimos días nos recuerdan a un gran elefante llamado Ecuador, sujeto por las cadenas de la corrupción, el egoísmo, el desorden, la delincuencia, que lo mantienen atado al subdesarrollo. ¿Será que, al igual que al pequeño elefante, desde el nacimiento de esta nación nos hicieron creer que no podríamos liberarnos y que ese era nuestro destino manifiesto? ¿Será que como país aceptamos nuestra realidad nos guste o no, pues creemos que no tenemos otra salida? ¿y a nivel personal pasa lo mismo, aceptando nuestra mala manera de vivir como algo normal?

En tiempos de Jesús al igual que ahora, la mayoría aceptaba sus cadenas de la misma manera que lo hace el elefante e incluso, muchos se consideraban libres; ¿pero realmente lo eran? El Señor les enseñaba que “todo el que comete pecado es esclavo del pecado” y les mostraba la salida diciéndoles “si ustedes permanecen en Mi palabra, verdaderamente serán Mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.

Definitivamente no hay razón para seguir atados pues Jesucristo habitó entre nosotros para traer las buenas nuevas a los pobres; fue enviado a sanar a los quebrantados de corazón, dar vista a los ciegos; pero sobretodo, para poner en libertad a los cautivos. Si Jesucristo nos hace libres, entonces seremos realmente libres.

Si todos queremos días mejores para el Ecuador, viviendo en un ambiente de honestidad, orden, bienestar, con una vida plena en familia y llevando relaciones interpersonales sanas, entonces está en nosotros elegir entre la verdadera libertad que nos da Jesucristo o la aparente normalidad que nos ofrecen las cadenas llevadas por largo tiempo. En usted está elegir entre ser verdaderamente libre; o como el elefante, permanecer atado.