La historia de la humanidad se nutre con el pensamiento de los hombres. Su capacidad para argumentar es grande, tanto para fomentar el bien común, como para confundir. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, también está orientado a crecer y a multiplicarse, a llenar la tierra y a dominarla. El hombre crea corrientes de pensamiento, modos de hacer filosofía, cuyo nivel de influencia resulta incontrolable. Así es nuestro mundo, afortunadamente.
El poder, en su singular manera de entenderse, vivir y utilizarse, se encuentra ubicado entre el límite del bien y del mal. El poder, en su raíz positiva, es el servicio al hombre y al mundo. En su raíz negativa, esclaviza y oprime. La política, según el mejor concepto, nacido en la cepa de la filosofía griega, según Aristóteles, es el arte de gobernar, de propiciar armonía y unidad para que el pueblo progrese y se organice. El Evangelio, entendido siempre como una buena noticia, es el mensaje que humaniza las realidades de nuestro mundo, esparcido entre el tiempo y el espacio. En la historia. Jesús de Nazaret conceptualizó el poder como el arte de amar y servir. Habló de libertad con responsabilidad, de “dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Su espíritu crítico remeció, con la fuerza un huracán, los cimientos del poder romano. Por ello, fue juzgado, sentenciado, crucificado y glorificado. Su resurrección dio un nuevo sentido a la historia. Un giro hacia la dignidad del hombre. El mensaje de Jesús no es doctrina o ideología, es testimonio, palabra viva. Ilumina el hoy de la historia. A partir de Jesús, podemos releer los acontecimientos con un trasfondo humanista. No deja de preocuparnos el rostro que tiene la dimensión del poder y la política en los tiempos actuales. El trasfondo aristotélico y el mundo de las ideas de Platón, quedan en el enunciado. Resuena, como un eco que inquieta, el tono del maquiavelismo. Dicen los estudiosos del pensamiento de Nicolás Maquiavelo que su concepto consiste en la consideración de la política como arte. Sin embargo, infieren que, a la política, hoy, se le reconoce abiertamente su poder, incluso, cuando se la desprecia. Cuando se admite, por ejemplo, su notable capacidad de aceptar por parte de los actores cualquier componenda o cualquier forma de corrupción en aras de sacar sus intereses adelante. El fin justifica los medios. La política, en nuestro país ha perdido su principio y su fundamento. Se cubre con el manto de lo impredecible, a veces dispar y lleno de vergüenza. Las alianzas están años luz de tomar en cuenta el pensamiento del pueblo. Algunos personajes juegan maquiavélicamente con sus principios, incluso, aquellos que dicen abrazar el humanismo cristiano. Temas como el aborto, la eutanasia, el medio ambiente, son parte de la lujuria de Herodes ante Salomé. Entregaron la cabeza de Juan Bautista en una bandeja de plata. Como hoy.