Cantamos a la mujer que protege la vida como milagro divino

En la ciudad de Nueva York, el 8 de marzo de 1857 mueren 139 mujeres que lucharon por mejorar sus condiciones laborales, incluyendo la jornada de ocho horas y la eliminación del trabajo nocturno. Estas obreras de una hilandería fueron encerradas y quemadas dentro de las instalaciones fabriles, como única respuesta a sus reclamos, ante la pasiva presencia de policías y patrones. Más tarde fueron mujeres y socialistas, quienes por primera vez, recordaron a estas mártires del siglo XIX. En 1910, al realizarse la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, se propuso al 8 de marzo como jornada de lucha por los derechos de la mujer y a la vez, como recordatorio y homenaje de las obreras de Nueva York. En 1975, las Naciones Unidas proclaman el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.

Acciones como estas nos recuerdan que la mujer se constituye en arquitecta de la sociedad, precisamente porque la creación de la sociedad empieza por la Mujer: la madre transmisora de vida, de valores y paradigma para sus hijas e hijos, ejemplo que reproducirán y nunca olvidarán, para bien o para mal, tanto hombres como mujeres han sido educados por la Madre, responsable de cuidar el fuego de amor en todos los hogares del mundo. Nos recuerda que en el sistema capitalista impera una doble moral. En que los valores están impuestos por los intereses de los grupos dominantes es estricta en cuanto se refiere a la conservación de la propiedad privada, donde la familia pasa a ser el instrumento básico para la conservación del “status quo”. Es inmoral, entonces, -como ocurre con la censura cinematográfica- todo lo que atañe al sexo. Es inmoral el robo. Pero no es inmoral la explotación inmisericorde de la campesina y de la obrera. En este juego, la sociedad proscribe todo lo que atenta contra su núcleo básico. Pero es incapaz de hacer desaparecer las manifestaciones más extremas y hasta usufructúa solapadamente de ellas. Tal es el caso de la mujer –objeto-, cuyo cuerpo se explota en los espectáculos. O de la prostitución. En todas sus variantes la mujer ecuatoriana es producto y víctima del sistema imperante actual.

Frente a esta cruda realidad, saludamos con el corazón en llamas a la mujer ecuatoriana, a la mujer lojana en nombre de la señora de la esquina que en el fogón hace caldos los domingos. La chiquilla del frente que tiene su primer romance tras el tapial. La mayor que esta lavando las letrinas del hotel. La campesina de la Sierra que es simultáneamente artesana, agricultora y madre. La indígena del Oriente, la costeña que cocina los cangrejos. Aquella mulata que baila el sábado al son de la marimba. La enumeración puede ser interminable. Más aún en un país subdesarrollado y dependiente como el nuestro, por ello saludamos a todas las mujeres de nuestro país.

Cantamos a la mujer madre que sentada en un rincón del patio, ve elevarse la sonrisa de sus hijos como globos de colores mientras espera… un mundo en paz para este siglo que comienza. Cantamos a la niña en la calle que sola y perdida deambula con su manita estirada en una súplica muda, mientras espera un castillo de ilusiones, cantamos a la maestra que con paciencia infinita dirige los torpes deditos de una pequeña manito en sus primeros intentos, mientras espera…el milagro de un mundo de letras, de música y sonidos con ecos, cantamos al ama de casa que en su condición de objeto aun espera… el milagro de cada día con la inocencia prístina de un rayo de sol en una gota del rocío, cantamos a la mujer ancestral que elevándose a través de los siglos protege la vida como milagro divino. Cantamos a la mujer que en su intuitiva sabiduría nos enseña a valorar la sencillez de las cosas…cantamos humildemente a la mujer anciana, la de los ojos húmedos y trasparentes, la que sentada en el atardecer espera…la ternura, el amor y no el olvido, nuestro homenaje a la mujer lojana, ecuatoriana y universal. Así sea.