Leer con ganas

La frase del título de este artículo me llamó mucho la atención. La encontré en la columna periodística dominical de la revista Familia, de Diario el Comercio (2021, 02, 28), redactada por la escritora ecuatoriana Edna Iturralde. El fragmento que me interesa dice así: “Dicen que una niña pidió a su maestra que les ‘leyera con ganas’, y esto abrió los ojos (y el corazón) de la maestra y la hizo caer en cuenta que estaba leyendo por obligación, algo que su pequeña lectora notó de inmediato”.

En efecto, el gran problema de la educación escolarizada está ahí: en que no se lee ni se escribe con ganas; se lo hace por obligación. El docente, en términos generales, no ha logrado asumir su práctica-educativo-profesional desde la más bella condición que su metacognición y su inteligencia lingüística, emocional y espiritual sí le podría permitir si, en esencia, se dedicara a  leer permanentemente con el entusiasmo, carisma y amor que amerita una de las más sublimes pasiones que tiene el ser humano para realizarse en su más plena condición de ciudadano apto y dispuesto para aportar al desarrollo de la sociedad desde la mejor condición estético-axiológica de su razonar y de su emocionar.

Por supuesto que, aprender a leer con ganas, no solo es opción o deber del docente, lo es del alumno, del padre y madre de familia y, por ende, de todo ente humano que tiene una ocupación o profesión en cualquier quehacer humano, y de aquel que, como mínimo, aprendió a identificar el alfabeto para leer y escribir con todas las dificultades que a veces esta tarea cognitiva implica.

Por supuesto que, la mayor carga de responsabilidad está en el docente y en la familia que son los que se preocupan de la educación de sus alumnos e hijos respectivamente. Y esta iluminada manera de leer requiere de una larga formación, no de la escolaridad ni de la vida universitaria, sino de toda una vida, porque se trata de una herramienta intelectual que, de una o de otra manera, le permite a cada ciudadano aprender a vivir en mejores condiciones personales y socio-educativo-ético-económico-culturales de lo más granado, cuando es su aptitud ante la vida la que entra en juego para acumular experiencias bellas, exitosas, a través del espíritu humano que aprende a formarse para brindar lo mejor de sí a quienes nos rodean y a la mancomunidad universal si fuere del caso, dependiendo del éxito personal y profesional que la experiencia de la ciencia y del humanismo a través de esa buena aptitud de “leer con ganas” le va brindando día tras día.

Si el docente y la familia aprenden a leen con ganas, con optimismo, por supuesto que el alumno llegará también a empoderarse del hecho de leer con ganas. Ya no leerá solo para estudiar y cumplir con una tarea determinada, sino que leerá, como dice la profesora del fragmento en referencia, con el corazón y con los ojos bien abiertos, porque la lectura con el control de la razón y de la emoción, no lo descontrolará en la vida, dado que la lectura asumida con ganas, le alimenta el intelecto y el espíritu hasta que su mundo interior le grite al oído de su compleja y rica subjetividad, algo así como: “¿Cómo se arrepiente un alma que no sabe lo que es escurrirse por las sensuales curvas del placer [de la lectura]? ¿Cómo sentir reflexión y cordura sin primero sentir el sublime deleite efímero de la locura [desde una lectura cuerda y bien sentida]?” (Kenji Díaz, 2019), hasta darnos cuenta que es el poder del altruismo el que nos mueve a actuar con la mayor responsabilidad, solo por el hecho de haber aprendido a leer con ganas, con convicción, con disciplina, con ahínco y con el mejor entusiasmo de nuestra condición inferencial y hermenéutica.