La relación entre el libro y el lector

Son tantos los sentidos, valoraciones e interpretaciones que el lector puede hacer del texto leído, de conformidad con sus circunstancias contextuales o ecológicas, para adentrarse y abrirse camino especulando, repensando, asombrándose, gozando, reflexionando, dudando, e ideándose cantidad de inferencias que encuentra a partir de la lectura que el texto le pueda brindar desde la compenetración y el interés que a la hora de leer con toda su euforia, para que la inferencia, en efecto, vaya más allá de lo que literalmente dicen las palabras del texto.

Entre tantas y tantas inferencias que cada lector pueda elaborar, si es que, en efecto, es posible una relación de encuentro, que le permita darse cuenta que “esas palabras tienen poder y ese poder hay que saber usarlo de una forma correcta” (Murakami, 2017), adecuada, es decir, que pueda sacarle el mejor provecho posible a ese lenguaje literario y/o científico (dependiendo del tipo de texto que esté leyendo), para que el potencial axiológico-estético-antropológico-cognitivo del lector entre en juego con el potencial que todo texto conlleva, si la relación entre ambas partes: texto y lector, pueden engendrar una auténtica relación de encuentro, tal como la que declara el escritor japonés Haruki Murakami: “Desde pequeño me gustaba mucho leer y siempre que tenía un libro entre las manos leía con entusiasmo. No creo que hubiera nadie que leyera tanto como yo ni en la escuela secundaria ni en el instituto” (2017).

En este caso, es el entusiasmo el que le da todos los bríos personales a Murakami para adentrarse en el texto con toda su querencia personal. Pues, aquí es el disfrute el mayor deleite que el lector siente para darle el valor que ese texto se merece, no tanto por lo que el texto tenga que decirle, sino por las inferencias muy personales que le pueda brindar ese conjunto de palabras textuales que, de una o de otra manera, le impactan a cada lector. En este caso, tal es la conmoción de ese lenguaje estético, que este lector japonés terminó siendo uno de los escritores más leídos en el mundo entero a través de la traducción a diversas lenguas que tiene cada una de sus obras literarias que con deleite, millones de personas disfrutan hoy de su lectura.
En otros casos, es otro tipo de emociones las que el lector siente cuando entra en contacto con el texto seleccionado. Al respecto, la escritora cubano-dominicana Camila Henríquez Ureña, asevera que “el arte literario nos libera de la presión emocional. Expresar una emoción es liberarse de ella. El lector se libera al crear; el espectador o el lector al apreciar la obra. La experiencia literaria puede darnos cierto grado de serenidad, de paz espiritual. Pero, dirán algunos: ¿es siempre así? ¿No puede ser que, por el contrario, la literatura excite o desplace las emociones? …” (1998).

Lo cierto es que, solo leyendo, y dependiendo del tipo de texto y de las circunstancias anímico-ecológicas de cada lector, tendrá una manera muy personal de relación para sentir algún tipo de emoción muy especial, muy particular en cada caso lector. Quizá, la misma escritora en referencia tiene la respuesta, una, entre tantas que puede haber, cuando indica que “si aceptamos que existen varios modos de saber y dos tipos básicos de conocimiento: el científico, que emplea el razonamiento (procedimiento discursivo), y el artístico, que se basa en la percepción (procedimiento representativo), aceptaremos que la literatura nos da una forma de la verdad” (1998) que cada lector sabrá cómo la infiere desde su razonar y emocionar muy sentidos.