Exactamente el 11 de marzo del 2020, la Organización Mundial De La Salud anunciaba al planeta la pandemia del COVID-19. Desde entonces hasta marzo del 2021, se contabilizan 5 millones de fallecidos a nivel mundial. El virus tomó totalmente fuera de base a la ciencia humana, se tejieron varias versiones al respecto, se dijo que al virus se lo fabricó en un laboratorio de la China y muchas otras cosas, que hasta sonaban sacadas de una película de ciencia ficción. Lo realmente cierto, ha sido la pérdida de vidas valiosas por millares, lo palpable era la gran impotencia del personal de primera fila, que no sabían a que se estaban enfrentando, mientras se les iban paciente tras paciente, las autoridades aún desconcertadas trataban de improvisar medidas emergentes para tratar de frenar la acometida mortal del diminuto virus que indudablemente llegó para quedarse a complicarnos toda nuestra ahora añorada rutina pre pandemia.
Ha sido un precio muy alto, el que ha debido pagar la humanidad por sus errores, fueron aterradores los instantes de pánico, vividos en el puerto principal del país, en la parte más dura de la pandemia, sus calles con cadáveres expuestos al aire libre. Los hospitales repletos a tope, gracias a Dios en nuestra ciudad, al menos que yo sepa, no se han visto estos cuadros tan terribles. Obligados a quedarnos confinados en casa, encierro que ya empezó a pasar factura a estas alturas, con secuelas de ansiedad, insomnio, suicidio y una muy larga lista de padecimientos de tipo nervioso. Los jóvenes tuvieron que alejarse de sus colegios y universidades, con las lógicas consecuencias de bajo rendimiento académico, las calles hasta la actualidad se ven semi desiertas, sin ese bullicio que tanta vida ponía a las urbes, sería muy largo e inútil hablar de la lista de las cosas que hemos perdido, a los seres queridos que se fueron en esta triste época, habrá que recordarlos con profundo respeto e inmenso amor, pedir que estén en un lugar mejor que este.
Yo personalmente, tengo que agradecer a Dios, porque la muerte no visitó mi entorno más cercano con quienes comparto pan y techo todos los días, al menos en este primer año de pandemia. Pero nunca he tomado tanta conciencia de la fragilidad de la vida como hasta ahora, ha sido un tiempo de ver rondar la parca muy cerca, demasiado cerca, de los míos y de mí. Y nunca antes valoré tanto mis cinco sentidos, que no se han visto afectados cuando escribo estas líneas para ustedes, somos sobrevivientes de este naufragio colectivo, de aquí en adelante estoy súper seguro de que apreciaremos cada momento compartido con la gente amada, si los besos y abrazos vuelven, tendrán un sabor distinto al que tenían antes de esta pesadilla. Solo el Creador sabe lo que ocurrirá de aquí en más, pero como dijo el poeta. “Nosotros los de entonces no seremos los mismos”. Ojalá hayamos cambiado para bien, hasta ahora somos solo sobrevientes.