A propósito de la propuesta del movimiento político Pachakutik de anular el voto en la segunda vuelta electoral, con la clara intención que se declare la nulidad de las elecciones conforme establece el Artículo 147 del Código de la Democracia, reflexionamos: Las democracias, al menos desde el punto de vista del procedimiento de selección de los gobernantes, según Dieter Nohlen (1994), se fundamentan en el reconocimiento del sufragio universal, sufragio igual, sufragio directo y sufragio secreto. La selección democrática de las autoridades políticas, constituye junto con los derechos de expresión, de reunión, de asociación y de libertad de prensa, el principio real de las democracias hoy día y debe comprenderse como un proceso histórico profundo y largo. Lo señalado nos conduce a observar con atención al tema de la discusión de la denominada democracia de calidad, misma que representa un esfuerzo teórico de análisis empírico por comprender, no sólo el proceso de transición-consolidación democrático sino, además, por ofrecer elementos prácticos para debatir acerca de las democracias consolidadas.
Con la propuesta de Pachakutik de acudir a las urnas y anular el sufragio, la intención se dice, es la de protestar por esa vía contra una clase política corrupta y contra partidos que son antidemocráticos en su vida interna, que en realidad no representan los intereses de los ciudadanos, y que están dirigidos por élites que con miradas contemplativas buscan sólo satisfacer sus ambiciones personales y de grupo. Se dice también que es voto de castigo es una manera para obligar a los políticos a hacerse cargo de su descrédito y a propiciar, en consecuencia, que volteen a ver a la sociedad y atiendan sus legítimos reclamos.
Entendemos los argumentos de quienes buscan impulsar esta postura, pero no la compartimos por las siguientes razones fundamentales: Porque con el diseño legal que tenemos actualmente no existe la posibilidad de distinguir el voto anulado con motivo de protesta de aquellos que suponen un mero error. Porque no es cierto que todos los partidos sean iguales. Existe un evidente descontento hacia los políticos que cruza transversalmente las fronteras partidistas, pero también hay varios aspectos de crucial importancia social que los distinguen y que suponen posicionamientos diferentes en torno a temas como la despenalización del aborto, el modo de combatir al crimen organizado, la manera de enfrentar la crisis económica, el tipo de reforma fiscal que se plantea, la actitud frente a la desigualdad y la pobreza, etcétera.
Recordamos que los órganos representativos en la Asamblea Constituyente se van a integrar en su totalidad, con independencia del número de abstenciones o de votos nulos, y nada garantiza que los partidos tomen nota del reclamo que se les pretende hacer con la anulación del sufragio. Es más, estamos convencidos de que un elector que vota por un partido tiene más autoridad moral para reclamarle a éste o a sus representantes las razones y motivos de su actuación. A fin de cuentas, una baja votación no supone de ninguna manera que se incremente el principio de rendición de cuentas, al contrario. Finalmente, y esta es nuestra razón más importante, el llamado a no votar o a anular el voto no hace otra cosa más que hacerle el juego, conscientemente o no, a las posturas encarnadas por los grandes grupos de interés económico y mediático, que desde hace años han venido construyendo un sistemático y ramplón discurso de descrédito de la política, de los políticos y de los partidos. Basta ver los noticiarios estelares de la televisión para entender el punto.
Detrás de ese discurso se esconden peligrosas pulsiones autoritarias. Se trata de aquellas voces que cotidianamente abonan al desprestigio de la política y del Estado (particularmente de los órganos legislativos) con la evidente intención de hacer prevalecer sus propios intereses. La debilidad institucional sólo conviene a unos cuantos: a aquellos que apuestan por la personalización de la política o a aquellos grupos de presión que buscan imponer su propia agenda. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que sin partidos y sin parlamento la democracia se agota. El reto que tenemos enfrente como sociedad es rehuir a las salidas falsas (como la abstención o la anulación del voto) y encontrar verdaderos mecanismos de exigencia (no sólo durante las elecciones, sino de manera permanente) para demandar a la clase política comportarse a la altura de los graves problemas por los que atraviesa el país. Así sea.