¿Se puede escribir de otra cosa que no sea sentir? Yo escribo de lo que siento, de mi realidad, de lo que he vivido. Y creo que esta es una misión fundamental, el resguardo de la experiencia antes que le alcance el olvido. Tengo a flor de piel mis vivencias, pero no escribo mi vida, sino la vida vibrante en un “nosotros”.
Con esto de la enfermedad de moda, en un encuentro con un amigo en la calle, en el que nos paramos a conversar, observé que una pareja se aproximaba muy atenta a saludarlo, él cordialmente fue recíproco con la atención, a la vez preguntó: ¿A ustedes ya los vacunaron? El hombre contestó: si, ya tenemos la primera dosis. Entonces mi amigo volvió a preguntar: ¿En dónde les tocó? Bueno, en la Universidad Técnica —dijo el vacunado—. ¡Ah, bien! Pensé que fue en la nalga, —contestó mi amigo—, haciendo reír a la pareja y olvidando por un momento el trauma de la vacuna.
Y aunque sonreímos de labios para afuera, a quién no se le pasa por la mente, pedir la excepción y anticipo del turno, pues, aun solo empiezan a inmunizar a la población más vulnerable, y no me sonrojo al reconocerlo. Porque nuestro “yo” tiene dos caras, y en verdad, comprendemos que primero son los adultos mayores, pero, también tenemos miedo. Así, anhelamos nos vacunen, porque es espantoso ver desfilar los ataúdes; y cada noche, irnos a la cama horrorizados de los partes mortuorios de la tv, donde la fotografía tanto del vecino, del cliente, como del amigo, nos sorprende.
Está a flor de piel el temor de contagiarnos, pero, tenemos la esperanza de que ya hay vacuna, y protección. A mi papá le tocó el turno en estos días, lo llevé del brazo más amoroso, contenta de saber que de alguna forma se puede inventar una realidad mejor, que salga de la queja y nos dé motivos para sonreír, como el episodio con el que abro este comentario.
La experiencia de vacunación de mi padre, no fue un chiste, pues, contaba con el turno ochocientos once para recibir su ticket de vacuna. Sin embargo, me ha sorprendido, encontrar un personal logístico mucho más atento, más condolido con los adultos mayores. La columna fue larguísima, pero, con sillas por todo lado, para que los aspirantes a vacuna esperen sentados y el acompañante pueda reemplazarlo en la fila.
Los señores de la ventanilla, atendían a una velocidad increíble, por eso, solo esperamos un aproximado de sesenta minutos. Y luego, fuimos al recinto donde les inyectan la dosis de antídoto para COVID. Como auditora, soy “ver para creer”, así que verifiqué si le suministraban el líquido esperado; respiré en paz al constatar la eficacia del acto. Y así me saqué la espinita que ya dolía, pues, en tiempos como estos, nos espinamos mucho con la duda, que también está a flor de piel y no precisamente en la nalga.