Benjamín Pinza
La sociedad actual está inmersa dentro de escenarios cada vez más cambiantes, con factores endógeno y exógenos que fluyen, refluyen e influyen hacia nuevas formas de acción más exigentes que mueven a las instituciones educativas a adaptarse a las urgentes demandas de un mundo globalizado, tecnificado y cambiante.
Cuando hablamos de cambios en la sociedad es porque se apuesta a procesos continuos, graduales y cualitativos que obligan al rompimiento de paradigmas en el modo de concebir y administrar la educación, mediante el desarrollo de la teoría, la investigación y la práctica docente. Los cambios paradigmáticos hay que darlos en el plano organizacional y en el plano cognitivo que se relaciona con la matriz disciplinar ubicada en el nivel de los aprendizajes, del currículo y de la evaluación.
Para salir de una crisis educativa hay que dar saltos cualitativos hacia una educación de calidad y excelencia y, jamás apostar por la mediocridad. Una educación de calidad exige actualización permanente de conocimientos, preparación continua, manejo de las tecnologías de la información y comunicación, destrezas en el empleo de métodos, técnicas, recursos didácticos y capacidades para alcanzar un desempeño exitoso a través de procesos mentales de análisis, síntesis, generalizaciones y abstracciones.
Hay que apostar a convertir a nuestra sociedad en una comunidad lectora y cultivadora de valores que le permitan al estudiante y al profesional valerse por si mismos, cooperar con el bien colectivo, ser ciudadanos responsables, reflexivos y críticos ante los fenómenos geo-históricos, socio-económicos y culturales. Quien hable de mediocridad en la educación o en la salud, es pretender arruinar los dos pilares más esenciales de una sociedad y con ello condenarnos al oscurantismo y a la esclavitud.
Administrar la educación no es una cosa sencilla, es un fenómeno social muy complejo que exige mucha experiencia, preparación y sabiduría.
El presidente Lasso en lugar de hablar de alumnos mediocres en las universidades, debe dirigir la mirada a esas escuelas de Singapur, Shangai, Corea del Sur, Finlandia y Hong Kong, países que hasta 1965 eran pobres, pobrísimos y que tuvieron la decisión política de apostar por una educación de calidad que lo consiguieron y que actualmente son los campeones del mundo en materia de excelencia educativa. Ese es el reto que debe tener un mandatario responsable con su pueblo.