En estos días he reflexionado mucho sobre el principio y fundamento de la vida espiritual que proviene del carisma de san Ignacio de Loyola: el conocimiento interno. Dice Ignacio que “el mucho saber no harta y satisface el alma, sino gustar internamente de las cosas de Dios”. ¿Para qué seguir a Jesús? Responde que es importante este tipo de conocimiento para amar, servir y dar gloria a Dios. En todo, amar y servir. Más allá de intentar comprender qué significa salvar nuestra alma, afirmo que es hacer las cosas con amor, como ha dicho el Papa Francisco, sacerdote formado en la Compañía de Jesús.
Nuestra vocación es auténtica y necesaria en el mundo de hoy si se enfoca en la transformación de las realidades temporales. El servicio no es proselitismo, ni escalón para subir quitando del camino a quienes están luchando honestamente por conseguir metas altas. Todos necesitamos redescubrir la importancia de esta regla de oro. Implica aprender a discernir, cuestionarnos sobre nuestro lugar en el mundo, de qué manera podemos hacer felices a los demás. También, cómo sentirme feliz. Al hombre de nuestro tiempo bien le valdría interrogarse siempre. Le sucedió, en su momento, a Francisco Javier, un joven que tenía todo en su mundo: apellido, nobleza, riqueza. Vivía en un castillo de oro, en Navarra. Dedicado a disfrutar de los afectos desordenados. En un mundo vacío.
El encuentro de su realidad con su verdadera fortaleza lo transformó: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma?” (Mt. 16, 24-28). Sucede hoy con muchos hombres y mujeres. El encuentro de Jesús con un joven que tiene muchos bienes, que quiere seguir a Jesús. Conoce la ley y los mandamientos. Está aferrado a su entorno material. “Una sola cosa te falta, vende lo que tienes y entrégalo a los pobres. Luego, ven y sígueme” (Lc.8,22). Dice el autor sagrado que el joven se fue triste, porque era dueño de muchos bienes. En la contemplación de lugar que propone Ignacio de Loyola quedan grabadas dos expresiones. La primera: la decisión del joven, y la segunda: la mirada de Jesús, mezcla de ternura e incertidumbre. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de Dios”. El discernimiento más sabio es el de Zaqueo, el publicano rico que vive en Jericó, donde la producción y la exportación de bálsamo son muy importantes. “Daré la mitad de mis bienes a los pobres y cuatro veces más a quienes he defraudado” (Lc. 19, 1-10). Jesús se auto invitó: “Zaqueo, baja, hoy voy a comer en tu casa”.
Estas referencias bíblicas nos llevan a un punto de encuentro con la verdadera identidad del hombre. Es su fin primordial. La alegría del retorno a la casa del padre no puede ser una simple quimera. Es la fiesta por quien vuelve. Ha conocido internamente la raíz de la verdadera plenitud. En la casa del padre, en el hogar, se encuentra el tesoro de la existencia.