Tiempos de tolerancia intolerante

El último episodio de una larga e interminable crisis global nos ha mostrado otra vez un Afganistán de película de terror, quizá este evento supera por mucho a otros casos de abuso de humanos contra humanos. Pero desgraciadamente parece que nos vamos acostumbrando. Todos los días vemos intolerancia al credo de las personas, a su preferencia sexual, a sus hobbies, a sus actividades, a su manera de ver la vida. Las facilidades de movilización, la posibilidad de comunicación inmediata aún con lugares remotos, la mezcla de culturas, la evolución de las sociedades, las redes sociales, en suma, la globalización, lo hacen posible.

En esa nueva realidad (que no es tan nueva) debemos aprender a convivir en paz y es ahí donde surge la necesidad de entender a la tolerancia como medio para una convivencia que se base en el respeto.

Todos tenemos derecho a creer en algo y esperar que nuestra creencia sea respetada, pero también tenemos que aceptar que ese derecho no nos permite decidir lo que otros pueden pensar, hacer, ver o defender. Tampoco es la aceptación de todo, aunque sea contrario a nuestras creencias, no lo aceptamos, pero respetamos el derecho del otro a vivir de acuerdo con su cultura. La tolerancia no es otra cosa que el ejercicio de mi derecho y el de los demás a ser diferentes.

Pero como todos sabemos, y aunque a veces no lo aceptemos del todo, los derechos traen obligaciones, las obligaciones a su vez traen códigos de convivencia y cumplimiento. La mejor manera de exigir es con el ejemplo. ¿Puedo exigir a mi hijo que no fume, si yo lo hago?, ¿Puedo exigir a gritos que otro se calle? ¿Puedo exigir que mis creencias se respeten atacando las de los demás? ¿Debo evidenciar mi valor, desvalorizando a otra persona?

Durante años varios grupos hay centrado en el ataque la posible reivindicación de sus derechos. ¿En serio piensan que una estrategia que no funcionó unas 50 veces, si va a funcionar al intento 51?

Tolerar nunca será sinónimo de aguantar, tolerar es comprender y aceptar que no somos iguales, que no tenemos la misma historia, la misma fe, la misma cultura, ni la misma manera de entender la naturaleza, ni la sociedad, ni su estructura política. Pero todo ello no debe impedir nuestro relacionamiento y la necesidad de compartir el mundo. Obviamente hay principios mínimos y básicos que deben ser “innegociables”, entre ellos el derecho a la vida, a la calidad de vida, el no abuso en cualquiera sus acepciones, ni la discriminación.

Una bonita forma de entender que en medio del blanco y del negro hay una extensa y hermosa escala de grises es la lectura. En tiempos de redes sociales e hiper información, les invito a leer algo más que el título de la noticia, a seleccionar información de la buena, a entender otras culturas adentrándonos en las letras de los libros físicos o virtuales.  Si emitimos un criterio o hacemos un juicio de valor de algo o de alguien desconociendo la realidad, entonces somos parte del problema y no de la solución. El desconocimiento no nos exime de culpa.

Si cada uno de nosotros hacemos un ejercicio de reflexión, seguro encontraremos un tema en el que somos mas o menos intolerantes. ¿Y si tratamos de reducir esa intolerancia? Pues el resultado se verá reflejado en una sociedad un poquito mas empática. Dejemos de criticar el jardín del vecino si el nuestro está descuidado.