El ser interior del lector

La lectura libremente asumida permite una adecuada digestión del pensamiento. Leer para nutrir de energía positiva la cabeza y el corazón solo es posible cuando el lector ha escogido la temática que más le agrada, puede ser de corte humanístico, literario, filosófico o científico; pues, hasta un libro de formación técnico o un conjunto de leyes, lo llenan de regocijo a ese lector que a la par que disfruta leyendo accede al conocimiento para solucionar algún problema de corte escolar, académico o de investigación en el que tiene trazados algunos proyecto de vida que pueden ser profesionales, o simplemente porque desea conocer algo más del mundo para así comprometerse con él de mejor manera, de forma que, es el ser interior el que en última, o mejor dicho, en primera instancia, lo motiva a leer con asidero desde un adecuado escogimiento de un texto que ve que con él puede llevarse bien leyendo, es decir, dialogando, porque le resulta fácil decurrir, avanzar, hoja tras hoja, en la pantalla o en el papel; eso es lo de menos cuando ese lector ha logrado engancharse con la temática de este texto que vibra de alegría en sus manos y en la mente abierta y sedienta de palabras, de un lenguaje que llega a habitar en el ser del lector, en lo más íntimo, en donde vibra el alma y el espíritu no solo de emoción, sino de una nueva visión ante la vida.

En efecto, se trata de un ser que no solo lee para comprender literalmente; se trata de un ser que habla, ya no con el texto, sino con su entorno y desde los efectos de su contextualidad. Por eso, esa manera tan especial de adentrarse en el texto leído ha producido en nuevo lenguaje en ese lector que de la literalidad pasa a la inferencia, es decir, a la interpretación más sentida desde un lenguaje tan suyo, tan exclusivo, gracias a que, como sostiene Umberto Eco, “los libros dicen algo diferente de lo que parecen decir. Cada uno contiene un mensaje que ninguno de ellos, por sí mismo, podrá revelar jamás” (2016), sino solo con la presencia de ese lector que es tan especial, tan exclusivo para meterse en el texto y dialogar con él con el grado de su atención y con la exclusividad de su memoria semántico-pragmática.

En este sentido, la atención que el lector le presta a un texto es como la atención que se le brinda a un amigo o a un ser querido cuando nos encontramos en la realidad de la vida para charlar, para abrazarnos; en fin, para parlar y parlar, cada cual, a sus anchas, con deleite, y desde una realidad concreta: dos seres de carne y hueso, pero con la esencia de su ser que sale a flote en la fluidez del diálogo.

Así es el texto y el lector: se trata de un encuentro con una atención especial. Como sostiene el neurólogo David del Rosario, “la atención es el pegamento que fija el aprendizaje, una herramienta imprescindible tanto para la memoria como para generar la percepción de la realidad” (2019,), circunstancia tan importante, vital, esencial en la vida de todo lector que, por supuesto, no solo lee para disfrutar y conocer, sino para generar una nueva percepción de la realidad con la cual se proyecta en el decurso de la vida, acaudalado un lenguaje que vibra y se encamina a ser un ente de vida desde su más genuino ser interior.

Esa armonía interior tan esencial y exclusiva en cada lector, no es más que esa nueva manera de pensar, ya no rutinaria, sino elocuente, porque, en palabras del filósofo Lin Yutang, “el ser interior es el correcto fundamento del mundo, y la armonía es el Camino ilustre. Cuando un hombre ha logrado el ser interior y la armonía, el cielo y la tierra están en orden y con ello se nutren y crecen las mil cosas” (2005).