Lo mejor está junto a lo peor

Galo Guerrero-Jiménez

Hoy que todo está disponible en Internet, hacer clic se ha vuelto tan fácil para encontrar todo y nada a la vez si no se tiene la suficiente capacidad de discernimiento, de análisis y, ante todo, de conocimiento y pasión para leer con detenimiento la información que el internauta necesita para investigar o para cumplir con una tarea escolar o académica o de la índole que le sea factible obtener. Pues, la pantalla le seduce y por eso se deleita caminando por todo lado y espacio y, por lo regular, sin concentrarse en ningún documento que le permita saber si es el más adecuado para sus necesidades de conocimiento y de un saber que lo encamine a valorar cognitiva y lingüísticamente esa información que la encuentra atractiva porque la respuesta a sus necesidades está ahí; la aprehende y la manipula sin ningún temor porque ese mundo digital aparece así de fácil. De la nada, todo aparece en unos cuantos pantallazos que lo deslumbran, ante todo porque al mismo tiempo que con rapidez lee y busca la información en cualquier parte donde más pronto aparezca, al mismo tiempo puede ir escribiendo o copiando esa información con la mayor inmediatez con la que pueda apropiarse sin más ni más.

Esta realidad de falta de análisis y de discernimiento se da con mayor alcance en los niños y jóvenes y, por supuesto, en adultos que no han logrado disciplinar su mente para hacer el esfuerzo de aprender a pensar con rigor en esa información que tiene en sus manos digitalmente. Para la niñez y la juventud el manejo de Internet es un juego a través de una herramienta informática que le permite acceder con suma facilidad picando aquí y allá con un sentimiento de seguridad para distraerse en ese mundo de palabras y de imágenes que le deleitan y le maravillan, y sin temor a que sea juzgado por nadie porque se encuentra en un espacio, el de la pantalla, que solo le pertenece en ese momento a él y a nadie más.

El problema es si en realidad ese internauta aprende y se forma para enfrentar la vida desde la altivez de su personalidad; por ejemplo, que le sea factible el “dominio de las habilidades expresivas, comprensivas y metalingüísticas que hacen posible un uso adecuado, correcto, coherente y eficaz de [la lengua] en las diversas situaciones y contextos de la comunicación entre las personas” (Lomas, 1999) para dialogar, discutir,  comentar, interpretar, analizar, juzgar y proponer, con elementos de juicio, proyectos humanísticos, científicos, culturales y/o artísticos en beneficio de la sociedad a la cual ese internauta se debe.

En realidad, como señala Geneviève Patte, “el mundo digital está siempre en movimiento; aparecen y desaparecen sitios, blogs, aplicaciones y foros. Fragmentado, discontinuo, no estructurado, versátil, este mundo se despliega sin jerarquía, sin clasificación. Lo mejor está junto a lo peor. Navegamos con mucha frecuencia a ciegas. Nos perdemos también; es difícil reconocer en este vagabundeo aquello en lo que vale la pena detenernos” (2011).

Si el mundo digital es así de fácil, inmenso, frondoso, atractivo pero disperso, es preferible que aprendamos, primero, a formarnos en el texto de papel, impreso, debidamente seleccionado y siempre listo y dispuesto para que nos adentremos en él con la convicción de que esa información, hecha conocimiento y sabiduría por un experto en la temática que es de su dominio, nos ofrecerá un banquete de ideas conexas, profundas, pertinentes, honestas, investigadas científica, humanística, artística, literaria o experiencialmente o de la laya que sea ese mundo de lenguaje que para el lector atento se convierte en un modelo de vida, no para aceptarlo sin más ni más, sino porque, en efecto, lo orienta, le alimenta el intelecto, lo concentra en el aprendizaje, incluso desde el deleite, porque es un mundo de lenguaje bien escrito, sobrio, estético, axiológico y simbólicamente listo para que el cerebro lo procese cognitiva y metalingüísticamente.