Santiago Armijos Valdivieso
Según el periódico español El País,los usuarios de telefonía celular alcanzaron los 5.000 millones en 2017, pero las tarjetas SIM (chip que almacena un número de teléfono y las claves de acceso de un usuario a una operadora de telefonía celular) se elevaron a 7.800 millones. Ello confirma que los teléfonos celulares con acceso a internet han inundado el planeta y consecuentemente se han impuesto en casi todos los espacios de nuestro existir: trabajo, negocios, educación, diversión, comunicación, información, viajes. El tema es de tal magnitud que sin estos aparatos nos resultaría muy difícil desenvolvernos en la cotidianidad de la vida; sin embargo, como nada resulta completo ni perfecto, también han traído consecuencias negativas para la especie humana. Basta como ejemplo el deterioro que ha sufrido nuestra memoria al no tener la necesidad de retener datos básicos como direcciones, nombres, referencias, números de cuenta, fechas, etc.; puesto que todo consta en la memoria del móvil. Esto no sucedía hace unas tres décadas, en las que lo usual era grabar en nuestra memoria con total precisión los números de varios teléfonos convencionales con los que debíamos mantener contacto. Hoy en día, resulta muy difícil encontrar a alguien que tenga en la memoria el número de otros celulares que no sea el propio. En definitiva, las ataduras a la telefonía celular y al internet han llegado a niveles inimaginables. En lo colectivo, hoy en día, un apagón tecnológico provocaría la paralización de todo un país; y, en lo individual, quien no lleve un celular inteligente en sus manos, estaría desconectado, marginado y excluido del planeta.
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