Efraín Borrero E.
Tenía vivo interés en conocer personalmente a José Carlos Arias Álvarez, notable intelectual, escritor, investigador, historiador y catedrático universitario español, oriundo de la “bella leonesa”, camino arriba en la península ibérica, que luego de su estancia en otros lares de nuestro país, ejerciendo la docencia universitaria y dedicado al mundo de las letras, fue alcanzado por la flecha de cupido que tuvo la magia de enamorarlo de una distinguida dama lojana, su señora esposa.
Lo visité en el Centro de Convenciones San Juan de Dios en donde se encuentra el Archivo Histórico Municipal, cuya dirección ejerce con sobrada capacidad, entusiasmo, vehemencia y pasión.
Como pocos, José Carlos es un incansable suscitador y crea todos los espacios que puedan estar a su alcance para promover el potencial cultural e histórico de Loja. Hace algunos meses tuvo la genial iniciativa de encargar el diseño y confección de doce vestidos que hacen alusión a la historia de Loja, especialmente de la cascarilla, aquel “remedio milagroso” con el que Loja aportó a la humanidad, a fin de exponerlos en varios sitios, y permanentemente en el Centro de Convenciones. Ha considerado que es una forma creativa y práctica para motivar el conocimiento de un acontecimiento que tuvo connotación mundial.
Este hecho me recordó la pasión que infundía el ilustre y preclaro gonzanameño, Canónigo Dr. Lautaro Vicente Loaiza Luzuriaga, a sus proyectos en beneficio de la provincia de Loja, uno de los cuales fue la construcción del ferrocarril transamazónico, que partiendo de Puerto Bolívar pase por Loja y Zamora. La iniciativa del Dr. Lautaro Loaiza tuvo eco en destacadas personalidades como Pío Jaramillo Alvarado, Juan Cueva García, Máximo Agustín Rodríguez, Vicente Paz Ayora y Juan Cueva Sanz.
Dicen que era tal la ilusión y vehemencia del Dr. Loaiza por el ferrocarril que en 1910 editó la revista “El Ferrocarril”, como un medio para incentivar y motivar el espíritu de los lojanos, y que en algunas ocasiones hizo desfilar carros alegóricos por las calles de Loja que simulaban al ferrocarril con niñas que iban como pasajeras dentro del tren.
Lamentablemente, la situación crítica del erario nacional y la coyuntura política de ese momento dieron al traste con la ilusión de los lojanos, y como señalaba Ecuador Espinosa, “todo quedó nada más que en un sueño con grandes pesadillas”.
El Centro de Convenciones San Juan de Dios funciona en parte del viejo edificio del hospital del mismo nombre, rehabilitado y restaurado a partir del 2007.
El Hospital San Juan de Dios fue inaugurado en 1916, siendo Gobernador don Pío Jaramillo Alvarado, quien en ese año escribió la “Memoria del Hospital de Loja”, que hace referencia a la fase anterior cuando esa casa de salud fue creada por Cédula Real Española en 1790 bajo el patronato del Cabildo Municipal, con la denominación de “Real Hospital de Loja”, un título de alta categoría ciudadana. El inmueble estuvo en la plaza de Santo Domingo, donde actualmente está la iglesia del colegio “La Inmaculada”.
A pesar del significativo apoyo benéfico de prestantes hombres y mujeres de nuestra ciudad, y de los fervientes deseos de San Cosme y San Damián, patronos celestiales por esa época, la situación económica obligó a que una y otra vez se clausurara esa casa de salud. El mismo Simón Bolívar, durante su visita a Loja en octubre de 1822, metió mano en el asunto para darle un respiro al hospital
Juan Agustín Borrero Baca fue uno de los mayordomos de ese Real Hospital, también ostentó dicho cargo Don Bernardo Valdivieso. El Mayordomo era la máxima y absoluta autoridad, sujetándose al Reglamento, instrumento normativo que regulaba el funcionamiento de los hospitales en esa época.
La primera vez que estuve en el Hospital San Juan de Dios, acompañando a mi hermana, fue el 7 de abril de 1957, día aciago en que cerró para siempre sus luminosos ojos una de las más bellas y encantadoras mujeres del momento: Raquelita Salas. Las hermanas Hijas de la Caridad, luciendo su tocado o cubrecabeza de alas anchas, más o menos de ochenta centímetros de largo, llamado “corneta”, al estilo de las que usaban antiguamente las mujeres del campo de los alrededores de París, rezaban oraciones encomendando su alma al Creador. Las lágrimas desbordaban en todos los presentes.
Alfonso Burneo, Luis Guillermo Reyes, Nelson Samaniego y Federico Tapia, profesionales que tesonera y fielmente siguieron la ruta de Galeno, también estuvieron allí, ellos conocieron de cerca la fatídica agonía de Raquelita.
Me mantuve acongojado en el pasillo junto a Eduardo Guerrero, su amor de juventud, pero al mismo tiempo me dominaba la preocupación y el temor porque era sabido que en un rincón del hospital había un pabellón conocido con el nombre de “Aislado”, en donde permanecían quienes padecían de lepra, terrible enfermedad infecciosa caracterizada por lesiones y heridas en la piel.
Hoy que la ciencia ha vencido a la bacteria de la lepra me pongo a pensar en aquellos pacientes abandonados y olvidados por sus familiares; en los médicos y enfermeras que se expusieron al inminente riesgo del contagio, tanto como ocurre en este tiempo para enfrentar al feroz Covid-19 que ha asolado a la humanidad. Y pienso también en Ana María y Luis Felipe, jóvenes apasionadamente enamorados protagonistas de la hermosa leyenda lojana “El Camino de los Ahorcados”, generada en el “Aislado”