Graciela Rodríguez Bustamante: la sensibilidad con rostro de mujer

María Antonieta Valdivieso C.

En el estudio cronológico que hace el doctor Arturo Armijos Ayala en su obra Loja en la Poesía, que abarca un extenso periodo de tiempo que  va de 1855-1982, figuran únicamente cuatro  mujeres poetas: Matilde Hidalgo, Graciela Rodríguez, Aura Aguirre y Yolanda Añazco.  

Matilde Hidalgo,  la precursora, la adelantada a su tiempo,  escribe  en sus años colegiales  sentidos  y sentimentales  poemas de corte juvenil:  la familia,  la amistad, el amor  presentido,    la alegría por la vida,  y el temor y la  incertidumbre  ante el  futuro;  pero el destino de  esta extraordinaria  mujer eran  la medicina y  la  ciencia.

Aura Aguirre Aguirre reside en Puebla, México,  en donde desarrolla una intensa actividad cultural: sigue  escribiendo sus  vibrantes versos  e incursiona, con notable éxito, en el cuento y la novela. 

Yolanda Añazco, la magnífica declamadora,  la poeta  comprometida, la defensora de los derechos de la mujer, vive en Quito en donde  continúa escribiendo sus versos  de profundo contenido  social.

Hago una digresión respecto al sustantivo poeta, pues su  femenino  es poetisa,  pero  Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura 1954, no permitía que se la llamara así,  se sentía minimizada, decía que ella era poeta.

Graciela Rodríguez Bustamante: Loja,  1927-1999. Realizó sus estudios primarios en la escuela Santa Mariana de Jesús, la secundaria en el colegio Bernardo Valdivieso y las  carreras  de Jurisprudencia  y Ciencias de la Educación, en la Universidad Nacional de Loja. Ejerció la docencia en la cátedra de Literatura y Declamación,  en el Instituto Tecnológico Superior   Beatriz Cueva de Ayora, con total entrega y misticismo, hasta el momento de su jubilación, en 1984.

Publicó algunos poemarios, que merecieron  en su momento  las críticas más elogiosas de distinguidos intelectuales: Mensaje de mi Sangre, Raíces de amor y dolor, El rostro del amor, Paz, bendita palabra.

Su poesía es  supremamente sensible: el amor está presente en toda su obra poética; con total pasión  también canta a la vida, canta a la paz, al amor maternal, a la amistad, a la  esperanza, a la fraternidad entre los pueblos.  En Mensaje de mi sangre, 1961, en el prólogo  Alfredo Jaramillo Andrade dice:

“Creo en la sencillez como fuente  de inagotables y vitales secretos. Si bien el mundo se aparta día a día de ella. Quedan los poetas para redescubrirla. Todo lo impregnado de cosmopolitismo da una sensación de elevación cultural pero lo que Graciela expone no solo es eso sino también  su cariño por objetos y seres vivos, cada uno de ellos ocupa un lugar en la tierra  y el vacío dejado por cualquiera ofende su corazón, hiere su alma, pero la esperanza pone su mano en la  llaga, cicatriza y envuelve”.

Y es que Graciela es sensible a toda inequidad social y muy solidaria con el  dolor humano;  por otra parte,  el amor a su madre, a su hermano, a su hija es infinito:   

¡Madre!

La resonancia cuajada de infinito

que sembraste en mi pecho,

se hace oración para ti,

que estás prendida en todos mis caminos.

Al hijo le grita apasionadamente:

¡Hijo mío!

Te he forjado con lágrimas,

hondas penas de amor y de alegrías.

yo quiero que tu voz al mundo grite

la justicia y el bien;

que tu pluma y tu puño desparramen

la luz de las estrellas

y se trice en rocío para todas las plantas.

A Telmo, su hermano prematuramente fallecido le dice:

Un viento tremebundo tirita en nuestras almas.

tempestad de tinieblas nos sumerge en el caos.

Hay tempestad en el alma, se desgarran los árboles,

los trinos están yertos, los ríos se desbordan,

y la cáscara frágil de mi nave, parece que sucumbe

en un oscuro fondo de mi sangre.

Fedora, su hija amada, es motivo de sus más tiernos versos:

Junquillo tembloroso apegado a mi sombra,

tierno brote de amor sobre mi árida tierra;

tan solo tú me quieres como yo necesito

y siendo tan pequeña me alientas y defiendes

de todo el pesimismo que me ha dado la vida.

Arturo Armijos Ayala escribe  en el prólogo de El rostro del amor, publicado en 1983, que Graciela Rodríguez “convierte al amor en eje  central de su existencia, en fuente inagotable de su inspiración en el recuerdo, en la tristeza del recuerdo de días felices o en la inquietud dolorosa de tronchadas esperanzas”:

Nostalgia del amor de tus ojos,

para mí se cerraron,

nostalgia del ardor de tus labios,

no los puedo besar,

nostalgia de tu blando cabello,

como un ala de trigo,

me rozaba la sien.

 La ausencia del amigo la expresa sollozante:

¡Cómo duele tu ausencia!

El corazón como un negro fruto,

pesado de nostalgias, se agobia hasta la tierra.

Destila amargas gotas.

hay un sabor salobre

en cada lágrima

y corre sin orillas en un río doliente.

Mujer Lojana

A ti mujer lojana,

te canta el sol, el viento,

el agua rumorosa

y su paisaje azul de mágica belleza

los trinos de la fronda,

la savia de la tierra,

en su canción redonda de frutas

y de climas.

A Loja, ¡Albor de azahar!

En tus días de sol, un esplendor azul

sutiliza el amor.

Hay un oro turquí en tus colinas,

y, al filtrarse en el alma,

nos duele en su hondura, una ansiedad de Dios.

 Por último filosofía sobre la vida y la muerte y nos dice:

Sabemos si el morir es lo mejor?

Y en el polvo termina el dolor de vivir?

Si el pensamiento es luz

y en la vida forjamos su destino de estrella,

tal vez… el infinito nos aguarda

como otro inmenso mar…

en nuestro viaje eterno.

Esta insigne  mujer, quien fuera excelente declamadora, dedicada maestra, fina poeta,  y activa promotora  cultural,  fue distinguida con muchos reconocimientos al mérito educativo y literario,  tanto por  el Ilustre Municipio de Loja, el Honorable Consejo Provincial  de Loja y la Comisión Interamericana de Mujeres Filial de Loja. Es necesario que las instituciones culturales reediten sus obras, para que su poesía tan sensible  y solidaria, sea conocida y valorada  por las actuales generaciones.