
César Correa
En agosto de 1972, en el gobierno de Guillermo Rodríguez Lara, se inició la exportación de petróleo del Oriente ecuatoriano, hace 50 años, motivo por el cual debemos emprender en el más amplio análisis de sus características y consecuencias. La primera pregunta que debemos plantearnos es: ¿Para qué ha servido esa exportación? ¿Quiénes han salido beneficiados? ¿Se justifica continuar con proyectos mineros y el llamado extractivismo?
¿Cuáles eran las expectativas de los ecuatorianos en 1972?
Las informaciones que circulaban hace medio siglo eran de que el Ecuador iba a exportar cantidades sumamente elevadas de petróleo e iba a recibir montañas de divisas, como para que todos nadáramos en la abundancia. Pronósticos tan optimistas provenían de sectores que sabían bien que no iba a ser así, pero lo comentaban para adormilar a los sectores populares, para evitar sus reclamos sociales y conseguir que se sienten a esperar…, a esperar por tiempo indefinido que llegue la redención.
Al culminar este medio siglo de explotación petrolera tenemos que afirmar con el mayor aplomo y plena seguridad que los petrodólares se administraron muy mal respecto a las expectativas que generó entre los trabajadores; que no sirvieron ni para reducir las grandes diferencias sociales ni para que todos accedieran a buenas condiciones de vida. El problema es que nunca ha gobernado el pueblo, es que aún no hemos construido la democracia.
En este medio siglo los oligarcas que vienen administrando el Ecuador no han logrado resolver ninguno de los problemas sociales que teníamos al comenzar la era petrolera: seguimos sufriendo altos índices de desempleo, de salarios miserables, de informalidad, de desnutrición, de déficit habitacional, de universidades con las puertas cerradas para los más pobres, de población sin atención médica, de prostitución, de inseguridad, de migración, de explotación agropecuaria con bajos rendimientos por el empleo de técnicas atrasadas, de muy precaria industrialización.
Con los ingresos que tuvo el Estado se pudo lograr el buen vivir, pero estamos lejos de alcanzarlo, porque la clase social que manejó esos ingresos no lo quiso y no lo quiere hacer. Porque es imposible lograrlo mientras se aplique la economía neoliberal, en la que nos tienen embarcados la burguesía nacional e internacional.
La fiesta ha sido para las compañías trasnacionales y para los ricos ecuatorianos, que hoy tienen fortunas miles de veces más grandes que las que habían acumulado hasta 1972. Los grandes magnates de ese tiempo, que ante todo estaban en Guayaquil, tenían fortunas de 500 millones de sucres; ahora tienen 500 millones de dólares (Alvarito tiene más de 2.000 millones de dólares).
Con Rodríguez Lara se mantuvo la propiedad del Estado del petróleo que estaba en las entrañas de la tierra. Al extraerlo, el Estado recibía una parte importante de lo que se recibía de su venta al exterior. Unas migajas se destinaron a engañar al pueblo y sumas fabulosas se transfirieron de las arcas públicas a los bolsillos de los que tuvieron la fortuna de llegar a los más altos cargos públicos, como presidentes, ministros, legisladores, que se repartieron alegremente los petrodólares.
La burguesía utilizó sus petrodólares en “inversiones”, en operaciones especulativas, como la compra de los papeles de la deuda externa, que rendían fabulosas ganancias, sin mayor riesgo y sin mucho trabajo. Se multiplicaron y crecieron los bancos privados, los monopolios que acaparan el comercio exterior y las empresas que explotan rubros del sector primario de la economía. Burguesía inútil e incapaz que no llegó a invertir en la industrialización, por lo que no hemos dejado de ser un país proveedor de materia prima y consumidor de artículos industrializados en el exterior.
Esa burguesía también invirtió en el campo de la construcción. Hace medio siglo los edificios más grandes de Quito eran la sede del IESS frente a La Carolina, el edificio de la Cruz Roja y el Hotel Quito (de propiedad del IESS). Hoy hay centenares de “rascacielos”, una selva de edificios privados de más de 10 pisos, que se ven por todos lados de la Capital, o de Guayaquil, o de Salinas, o de otras localidades preferidas por “la gente bien” para vacacionar.
Si la injusticia social siguió azotando a los individuos marginados, también lo hizo a los territorios. Los petrodólares se concentraron en Quito y Guayaquil, que han experimentado un crecimiento poblacional y urbano acelerado; algo llegó a Cuenca y Manabí, y las demás provincias han recibido recursos por goteo. Cabe indicar que hace medio siglo Guayaquil era la ciudad más grande y económicamente poderosa del país, pero la llegada de los petrodólares cambio la relación, pues Quito captó más y allí está ahora la burguesía más fuerte.
“La siembra del petróleo”
“Hay que sembrar el petróleo” decían los gobernantes, “hay que sembrar el petróleo” decían los académicos, los periodistas, los dirigentes sindicales, los líderes políticos, el mundo entero. Nunca se lo hizo y seguimos siendo tan dependientes del exterior como entonces.
No obstante se produjeron cambios en todos los ámbitos, que podemos considerar superficiales, formales, no esenciales. De todas maneras “se vino un cambio para que todo siga igual”. Cambios que en mayor o menor medida estamos gozando todos.
Se construyó la Refinería de Esmeraldas acorde a las necesidades de hace medio siglo y que ahora resulta pequeña, se constituyó una gran empresa pública CEPE (antecesora de Petroecuador); se ingresó a la OPEP, desarrollándose una tecnología hidrocarburífera que no teníamos en 1972 y que nos sirvió para explorar y explotar nuevos pozos petroleros con nuestros propios ingenieros y recursos.
Rodríguez Lara construyó la represa de Paute y una red eléctrica nacional interconectada que abarató el servicio en todo el país y se extendió el servicio hasta los más alejados conglomerados humanos. En este aspecto solo 4 décadas después, -con Rafael Correa, que construyó 8 hidroeléctricas-, se hizo un aprovechamiento excelente de los petrodólares.
Con los petrodólares se abrió y asfaltó miles de kilómetros de carreteras, especialmente de las provincias centrales y de la Costa. En el siglo XXI ese beneficio llegó también al Oriente y a la provincia de Loja.
Se multiplicaron las universidades públicas para beneficio de casi todas las capitales de provincia y aún para varios cantones. Y en el sector privado se llegó a detestables excesos, creando decenas de “universidades de garaje” para la venta de títulos, que ventajosamente ya fueron suprimidas gracias a la entereza de Rafael Correa.
Se multiplicó el número de colegios, dotando de educación secundaria a casi todas las parroquias rurales del país, a las que llegaron a radicarse e influir culturalmente miles de graduados en las facultades de Ciencias de la Educación.
Se crearon decenas de provincias, cantones y parroquias, que comenzaron a recibir fondos públicos para dotar de servicios públicos a su población, mejorando las condiciones de vida de compatriotas que hoy tienen agua potable, alcantarillados, calles adoquinadas, aceras, parques, mercados, camales, canchas deportivas, moderno desarrollo urbanístico.
Entraron en circulación cantidades de petrodólares suficientes para convertir en rentables las actividades deportivas y artísticas, que cambiaron significativamente. Llegamos a tener equipos de fútbol verdaderamente profesionales, a contratar entrenadores que cobraban cifras astronómicas pero que nos llevaron a clasificar a los campeonatos mundiales. Con Rafael Correa se crearon 4 Centros para el entrenamiento de deportistas de alto rendimiento, que desgraciadamente fueron desmantelados por el presidente Moreno.
Se mejoraron los servicios de salud públicos y privados, así como todos los demás servicios, entre ellos los de comunicación y los de transporte.
En fin, a pesar de todos los peros, de todas las incorrecciones, de todos los desaciertos, de todas las ambiciones, de toda la voracidad de las transnacionales y del FMI, de todas las injusticias y todos los olvidos, los ecuatorianos estamos viviendo mejor que hace medio siglo, gracias a la explotación petrolera que ha sido nuestra salvación. Sin ella estuviéramos como Haití. Sin el extractivismo caería bárbaramente nuestro actual nivel de vida. Como el petróleo se nos acabará dentro de unas 3 décadas, no nos queda otro camino que el de apoyarnos en nuevos proyectos mineros; ahorrar miles de millones de dólares mediante la construcción de la Refinería del Pacífico; crear empresas industriales estatales; liberarnos lo más pronto del neoliberalismo, para lo que es indispensable desplazar a la burguesía del Gobierno y que el pueblo tome el control del Estado.(O)