Hoy, la persona no es explotable como ha sucedido en muchos lugares y momentos de la historia de nuestra sociedad, ya que posee autonomía de reflexión, de decisión y de acción hasta cierto límite, pues lo guía su razón, su prudencia y su respeto hacia los demás; ese respeto a la sociedad incita la búsqueda de la equidad, el respeto, la solidaridad y la beneficencia para los más necesitados. Sin embargo, la sociedad, como un todo, sabe que la libertad que poseen las personas, para expresarse y actuar en diferentes formas, tiene limitaciones ya que “la libertad de uno termina donde empieza la de los demás”. Toda sociedad bien organizada implica la existencia de diferentes prohibiciones de la libertad individual para que funcione mejor, por ello, la libertad individual —absoluta— no existe; en diversos casos el bienestar social está́ por encima de esa libertad individual.
Una expresión del respeto a la dignidad social está constituida en la libertad de pensamiento y de palabra, de disentir, de elegir libremente un trabajo, a los gobernantes y de escoger alguna religión, entre otros derechos que los países democráticos confieren a sus habitantes. La ciencia, y en especial la biología, ha confirmado que todas las personas formamos una sola especie, sin diferencia de razas. Así́ que, hablar de que unas personas tienen más derechos que otros por motivos de color de piel, de ojos, conformación física, lenguaje, lugar de nacimiento o residencia, educación, etc., no tiene justificación. Lograr la igualdad es muy difícil, ya que, las personas somos físicamente muy diferentes, al igual que hay diferencias en la forma de hablar y de comportarnos; pero esas diferencias aparentes, que se dan entre las personas, son convencionales más que naturales. Dependen de la oportunidad de nacimiento, educación, y de vida que nuestras familias nos hayan proporcionado. Las diferencias naturales que existen entre hombre y mujer son cualidades que no tienen nada que ver con sus derechos sociales y políticos, pero mentalmente somos iguales en nuestra capacidad de progresar y desarrollarnos como personas. Para poder desenvolvernos mejor y avanzar en nuestro medio se requiere que exista libertad política, para que en la sociedad se protejan los valores más preciados, y exista oportunidad de educación, vivienda y salud para todos, con el fin de tener derecho a luchar por la consecución de los fines que nuestra dignidad humana merece. A su vez, la libertad política da derecho a que se respete el libre albedrío de cada persona, ya sea como individuo o como grupo, que se nos reconozca la dignidad como profesionales, como género, como grupo religioso, étnico y hasta en nuestra orientación sexual. La dignidad significa que “la gente quiere que se reconozca su situación de igualdad y sus derechos en relación con los que poseen los demás, y que bajo ninguna opción una persona o grupo, puede ser infravalorada o no respetada”. No se puede pretender que se nos acepte como iguales en todos los aspectos, o exijamos que nuestra vida sea igual a la de todos; comprendemos que existen claras diferencias en cuanto a la capacidad de cada uno, como la educación que se ha logrado, lo físico y que algunos son mentalmente más agiles o tienen más talentos que otros. La exigencia de igualdad y de reconocimiento implica que no importa cuánto poseamos o cuanto no tenemos o que tienen unos y otros no, la cualidad esencial es la humana; como personas iguales a los otros, merecemos respeto y consideración, ya que todos tenemos dignidad, y por ello, derecho a optar, sin exclusión; esto constituye la base de la libertad y la democracia y es la clave para hablar de cuestiones éticas y morales. No necesitamos ser todos iguales para tener derechos, pero sí necesitamos ciertos derechos accesibles para todos y así tener oportunidad de tomar decisiones. La persona es la única que posee autonomía de reflexión, de decisión y de acción y, como tal, es responsable de sus actos. Por ello, debe guiarse por su razón, su prudencia y el respeto a los derechos de los demás. Tener dignidad es tener el derecho a ser siempre tratada como fin y no como medio.