Juan Luna
Mientras me dirigía a mi lugar de trabajo, iba con una de nuestras radios locales encendida; para mí, es una radio particular por su mensaje, creatividad y por la naturalidad de la voz de la conductora que cada mañana nos despierta y acompaña con música suave y una variedad de mensajes que motivan, generan esperanza y nos orientan a ser buenas personas.
Hoy, precisamente, todo el trayecto me acompañó la reflexión sobre el chisme, el falso rumor y la mentira como aliados de la envidia y el odio que corroen el alma de los seres humanos. Entre algunas cosas, la voz desconocida, decía que hay que alejarse del chisme y de los chismosos porque su corazón no es sano, no busca el bien, sino la división para en medio de su incompetencia erigirse él, sin tener atributos para serlo, en el centro de la atracción.
El chismoso –decía el relator- es el que inventa historias falsas y a renglón seguido se refirió a las tres bardas de Sócrates, debo confesar, que las he leído en mensaje cortos en la red social o me la han remitido almas generosas, más, sin embargo, poca atención les he puesto, pero, hoy, por la serenidad de la voz del conductor y de su esmero por convencernos, puse mis cinco sentidos y pude comprender la riqueza de aquella parábola del viejo sabio, que se las transcribo:
“Un discípulo llegó muy agitado a la casa de Sócrates y empezó a decir: Maestro, quiero contarte como un amigo tuyo estuvo hablando de ti con malevolencia… Sócrates lo interrumpió diciendo: ¡Espera! ¿Ya hiciste pasar a través de las tres bardas lo que me vas a decir? ¿Las tres bardas?, se preguntó el discípulo.
Sí -replicó Sócrates- La primera es la VERDAD ¿Ya examinaste cuidadosamente si lo que me quieres decir es verdadero en todos sus puntos? No, replicó, lo oí decir a unos vecinos… luego Sócrates refirió, al menos lo habrás hecho pasar por la segunda barda que es la BONDAD y le preguntó ¿Lo que me quieres decir es por lo menos bueno? No, en realidad no; al contrario… Sócrates, entonces interrumpió al cansado discípulo y le dijo vamos por la tercera y última barda y le preguntó ¿Es NECESARIO que me cuentes, eso? A lo que contestó: Para ser sincero, no; necesario no es”.
El sabio filósofo, amante de la sabiduría, humilde y sincero con su discípulo nos deja la enseñanza que todos deberíamos aprender a lo largo de nuestra vida: como profesionales en nuestros trabajos, en la familia como padres e hijos, en la calle y en el vecindario, para no aventurarnos de buenas a primeras a agredir la integridad y dignidad de las personas. Dijo el sabio, si lo que me vas a decir no es VERDADERO, ni BUENO, ni NECESARIO…. no lo digas ni a la persona, peor lo divulgues en público.
Cuanto nos hace falta por aprender de los viejos sabios, no sólo de los fundadores de la ciencia, sino de aquellos que caminan junto a nosotros, nuestros abuelos, nuestros padres, vecinos, en donde el trabajo ha sido su fuente de vida y el respeto por el prójimo su norma. No digo que todos somos santos de la devoción de todos, y en nuestro entorno y camino encontramos ingratas personas que se dedican en largas jornadas sentadas en los portales de sus puertas y corredores y ver quién sube y quién baja, para, desde sus bajas pasiones, denigrar a su semejante.
Que de nuestra boca solamente salgan palabras de bien y para el bien.