La samaritana

P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ

El Evangelio de Juan, contemplativo en su profundidad, es diferente a Marcos, Mateo y Lucas en su modo de llevarnos a conocer, y a descubrir a Jesús, el Verbo que se hizo carne para quedarse con nosotros.

La cristología resulta tan actual porque nos introduce gradualmente en el encuentro con la Palabra Viva. Las señales milagrosas que realiza Jesús tienen como finalidad mirar los acontecimientos de nuestra vida a la luz de la fe y del testimonio. El lenguaje empleado describe en esencia que toda acción se desarrolla con una visión nueva. La simbología que lo caracteriza muestra que los caminos de fe encuentran su clímax en la cruz. En este domingo el autor sagrado centra su mensaje en uno de los diálogos redactados a la perfección. El encuentro de Jesús con la Samaritana, bello e inabarcable, marca la ruta de uno de sus tantos viajes misioneros. Nos introduce en un territorio de “herejes”. Así eran considerados los samaritanos por los judíos. Las historias escritas en un contexto de odios y rencores obnubilan la paz para dejar cicatrices que no se cierran nunca. La religión ha dividido. Cada uno cree en Dios y lo adora a su manera. Jesús es consciente de esta realidad y la confronta. No evita el contacto con quienes se encuentra en el camino. Es un hombre libre y valiente. Interpela a una samaritana, mujer “pecadora”. Le pide agua para saciar su sed. El relato tiene colorido y drama. Surge, en primera instancia, un acercamiento tenso. La desconfianza es comprensible. Jesús escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos. Él pide, para dar, pregunta, para responder, siente sed para ofrecerse como agua viva. Esta es la gran novedad que desarrolla san Juan. Hay que adorar a Dios en Espíritu y en verdad. La cercanía de Jesús nos cambia los planes. Nos quedamos llenos de plenitud. Los desafíos que nos deja este pasaje son incontables. Quien habla con la Samaritana ya no es un simple judío, es el Verbo Encarnado. Su verdad es irreversible. Convence. Transforma. Es el tiempo de olvidar las historias de división y de rencor. Esta mujer, y nosotros, debemos dejarnos transformar. Con esta actitud de apertura a la universalidad del amor de Dios todo es más fácil. Es posible aceptar al verdadero Dios que es Padre. El agua, el diálogo, la universalidad del amor que subyace en este relato, tienen una causa y un efecto. La causa, es el desconocimiento de una verdad. Si permanecemos lejos de Dios nunca vamos a saciar nuestra sed. Tampoco derribaremos los muros que se han construido como nuevos escudos de acero. Es el ansia de poder. Un egocentrismo que asfixia y mata. Las diferencias tendrán que existir. Se justifica su presencia. Sin embargo, no está bien quedarnos allí, como meros actores de reparto, sin oficio ni beneficio. La pasividad es dañina. El Papa Francisco ha insistido en la urgencia de recuperar el valor de la escucha y del encuentro. Al igual que Jesús debemos salir sin miedo ni prejuicios. Las consecuencias que brotan de un embotamiento espiritual y mental han creado un nuevo caos que nos aleja de la fuente de agua viva.