P. MILKO RENÉ TORRES ORDÓÑEZ
El Evangelio según san Juan, como un mar misterioso, nos lleva a navegar en sus aguas profundas. Su lenguaje, al tiempo de ser teológico, está cargado de simbología. El autor de este texto sagrado utiliza el término “signo” para destacar los hechos sobrenaturales que realiza Jesús. Santo Tomás de Aquino sostiene que un signo es aquello que, conocido, nos lleva a descubrir lo que no conocemos.
La intención del discípulo amado es mostrarnos un camino seguro para conocer a Jesús, El Verbo Encarnado. Desde esta visión, Jesús es incansable en el cumplimiento de su misión. En cada lugar que pasa deja su huella: misericordia y solidaridad. El contraste entre la luz y la oscuridad aparece como un tema recurrente en el cuarto evangelio. El encuentro con un hombre, ciego de nacimiento, abre las puertas para entrar en un mundo de fe. El cuestionamiento de fondo es: “¿Quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?” El Maestro responde con autoridad: “Ni él, ni sus padres han pecado; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios”. ¿Cómo entenderlo? Jesús habla de esta manera porque es la “luz del mundo”. Si caminamos con Él nuestra ruta es segura. No vamos a tropezar. Su pedagogía es creíble porque la vive. Sin embargo, puesto que tiene que anunciar en qué consiste el Reino de Dios, acude a los signos naturales. Con agua y polvo de la tierra crea el barro con el que quita la ceguera a este hombre humilde. El signo, al tiempo de convertirse en un hecho milagroso, despierta en los testigos muchas dudas. Es innegable que la actualidad de cada acción de Jesús no es aceptada, tampoco comprendida. La ceguera en la que permanecen los interlocutores es perniciosa. La insistencia en los temas claves, fe y testimonio, son los que prevalecen. ¿En qué nos parecemos a los fundamentalistas incrédulos? En mucho. El pecado lleva a no querer ver una realidad que acaba con la dignidad del hombre de todos los tiempos. En este tiempo la oscuridad es cada vez más evidente. Para el ciego de nacimiento, Jesús es la luz que ilumina la ley vigente. Él hace posible una ley de libertad en el encuentro con Dios. Jesús busca al hombre que es rechazado por las estructuras religiosas de su entorno. Dios ha salido a su encuentro y le ha abierto los ojos de su vida para que disfrute de su ansiada libertad. En este Dios, en Jesús, cree el ciego. Es su Señor. En el ciego de nacimiento están todos los hombres sumergidos en la tiniebla hasta que Cristo trae el conocimiento que ilumina. Una experiencia que libera de las falsas seguridades de los judíos y del mundo. Pero otros, sin embargo, se encierran y se afirman en lo que creen que les va bien. Permanecen en su ceguera. Es el juicio para el mundo para quienes viven sin esperanza. Su pecado permanece. Esto es lo que dice Juan para el judaísmo de entonces y para el mundo religioso de ayer y de hoy. Un reto que desinstala. La luz no es solamente para los ciegos de nacimiento.