Luna triste y percudida
con un haz en desbandada,
añoranza madurada
en la tétrica corrida.
Emisaria de la vida
desde el suelo al infinito
donde pobres y proscritos
te desean vanamente,
do la magia de la gente
alimenta a los benditos.
Luna, noche, madrugada
en los pliegues del planeta,
cielo negro en recoleta
con puñal atravesada.
Luna azul en la hondonada,
en los pobres laberintos
de las masas sin instinto,
sin velamen fantasmal
donde el faro es la señal
de los tránsitos extintos.
La mirada de la luna
es la paz de los espacios,
moribundos, poco reacios
a merced de su fortuna.
Tan metálica y ninguna,
tan solemne y ella sola
reflejándose en las olas
del prolífico alabastro
y a su paso deja el rastro
que reclaman las corolas.
En su noche oscurecente
se acomodan los acechos
que se arrastran con los pechos
y sus ojos fluorescentes.
Su existencia es convincente
desde el cosmos subyugante;
faro azul del navegante
que golpea sus angustias
en su barca sorda y mustia
que se arrastra serpenteante.