El dolor y la tristeza
son un fuego consumado,
que se mete de costado
en la mente y fortaleza.
No hay señal en la certeza
de la sangre en desbandada,
solamente la asonada
del rehílo de la muerte
que reclama por su suerte
tan temprano estrangulada.
La noción de la bonanza
se disloca de los hechos,
de los huérfanos maltrechos
sin raciones de esperanza.
El martirio y la templanza
andan ciegos por su lado,
recordando un gran pasado
por futuros más umbrosos
engarzando los sollozos
al sopor de los impensado.
Cielo abierto, noche triste
en las formas del destino;
arrugado pergamino
de una vida que resiste.
En instantes se desviste
la ondulante calavera
con su ajada cabellera
y sus huesos herrumbrosos,
cárcel fría do los gozos
cobran vida verdadera.
Esas manos sollozantes
se entrelazan con los puertos
de los tétricos desiertos
que sucumben vacilantes.
El dolor de los instantes
van a dar con sus raíces,
sus maderas y maíces
a lo largo del sendero
donde estrena un aguacero
con sus ojos, mil matices.
El suspiro suspendido
corta acechos y centellas,
las traduce en las doncellas
de los pobres desvalidos.
Eres hombre bien nacido
navegante entre montañas
con jilgueros, miel de caña,
y tu pulso entre la tierra;
por lo dicho, no te aterra
el destino y sus guadañas.