Quilanga, 20 de abril 2023
La filosofía, etimológicamente, se define como “el amor a la sabiduría”, ese deseo y pasión incesante por encontrar la plenitud del conocimiento, es llegar o intentar llegar al fin último de las preguntas de la vida, ¿qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos? Desde la antigüedad los filósofos que eran unos verdaderos amantes de la sabiduría y los que han sucedido en los distintos procesos históricos han llegado a plantearse más preguntas que respuestas, por tanto, hay tantos conceptos e ideas cuántos filósofos y pensadores existan.
El emprendedor hace de su emprendimiento una filosofía de vida, una forma de pensar, de acercarse y de ser muy empático con el otro, nace en el marco de un modelo de economía de pequeña escala, nace desde abajo, se empodera de sí mismo y plantea una forma de ser y de vivir.
El 16 de abril es el Día Mundial del Emprendedor, fecha propicia para reconocer, valorar esta nueva propuesta de desarrollo humano integral, que, busca encontrar un punto de equilibrio entre un modelo tradicional empresarial y una propuesta de vida amigable con la persona, la naturaleza y de profunda responsabilidad social que marca una nueva ruta en la construcción social y del individuo.
Si revisamos las cifras al 2022, “en Ecuador, 1 de cada 3 ecuatorianos, es emprendedor, más que en el resto de países de América Latina; no obstante, el 90% de los emprendimientos en nuestro país no llega a los tres años. Aun así, Ecuador ostenta la tasa de emprendimientos más alta de la región andina: 29,6%. Sin embargo, la realidad indica que en el país más de la mitad de los emprendimientos locales no logra superar la barrera de los tres años, solo un 3% logra superar el tiempo de existencia que supere los tres años con sostenibilidad adecuada”.
Entre las razones para el éxito del emprendedor está el construir un emprendimiento desde la oportunidad, que no es sino, la decisión voluntaria, férrea, motivación y convicción de abrir el abanico a nuevas posibilidades de negocio, en donde el emprendedor suma un conjunto de cualidades como ser un buen comunicador, tener capacidad de negociación, tener una visión estratégica, ser curioso, innovador, organizado, empático, trabajar en equipo y poseer liderazgo proactivo, junto a valores como tesón, responsabilidad, determinación, resiliencia y perseverancia.
En cambio, el fracaso puede venir de abrir un negocio por necesidad, la falta de recurso o ingresos inspira y hace creer al emprendedor que, apenas instale su negocio, va a solucionar sus problemas económicos, al no suceder, se desobliga y cierra su actividad, quedando expuesto a una mayor necesidad. A ello se suma la falta de confianza en su idea, no analiza el mercado, no se plantea un objetivo, descuida la planificación, desconoce el área comercial y no escoge buenos colaboradores e ignora el liderazgo.
En esta sociedad y generación postpandemia, de profundización de las TIC, la educación y formación de emprendedores debe recuperar vitalidad, no basta con que conste en el currículo y conste en la carga horaria de algún docente, pues, no siempre los conocimientos bastan, sino que conlleva una variedad de competencias y habilidades que deben ser desarrolladas en docentes y estudiantes que pasa por la complejidad del modelo de vida y que para su éxito debe ser contextualizado con la realidad institucional y de su entorno.
Finalmente, es la hora de establecer emprendimientos innovadores, estimulados y protegidos por políticas públicas estratégicas que aseguren armonía entre política, economía e interés popular.