Efraín Borrero E.
Cuando leí el libro “78 Años de la Fundación Álvarez” del investigador y escritor lojano, Jaime Enrique Celi Correa, me motivé para abordar aspectos concernientes a la fortuna de Daniel Álvarez Burneo, a través de este relato.
Para saber de manera general el origen y otros aspectos relacionados con ese caudal de riqueza, es imprescindible conocer su entorno familiar. Jorge Hugo Rengel dice que “Daniel Álvarez Burneo, nacido en Loja en 1878, fue hijo de Daniel Álvarez Sánchez, acaudalado comerciante, y de la señora Amalia Burneo, propietaria de grandes haciendas”.
En cuanto a Daniel Álvarez Sánchez se sabe que incursionó en el negocio de la cascarilla, así como en la comercialización de artículos suntuosos provenientes de Europa. También fue hacendado. Galo Ramón Valarezo, citado por Jaime Celi, detalla que las haciendas Tuburo y La Elvira, en Quilanga, habían sido vendidas por Eudoro Palacios a Daniel Álvarez Sánchez, en 1897.
De su parte, Amalia Burneo fue casada en primeras nupcias con José Burneo Valdivieso, en cuyo matrimonio procrearon cuatro hijos: Rosa, Teresa, José Miguel y José Antonio. Los dos últimos fueron propulsores de la Sociedad Sur Eléctrica, que puso en marcha el primer sistema de alumbrado público en la ciudad de Loja.
Fabián Burneo me comentó que cuando falleció José Burneo Valdivieso, que antes estuvo casado con Catalina Correa, una española muy adinerada, la viuda Amalia Burneo quedó con una gran fortuna reflejada en algunas haciendas. En esas circunstancias contrajo segundas nupcias con Daniel Álvarez Sánchez procreando a su único hijo: Daniel Álvarez Burneo, quien se casó con Amalia Eguiguren Escudero, que también tuvo su propio patrimonio económico. Es decir, Amalia Burneo tuvo cinco hijos.
A esa enorme fortuna, Daniel Álvarez Burneo la multiplicó dirigiendo con capacidad todo el conjunto empresarial agropecuario que poseía. Asistía diariamente a las labores de campo en las fincas de la hoya de Loja y frecuentemente visitaba sus haciendas situadas en distintos cantones. Rengel hace notorio que Daniel Álvarez Burneo había viajado a diversos países de América para conocer el adelanto y nuevas técnicas de la agricultura y la ganadería.
Como era necesario dar un giro a su ingente capital circulante y ante la ausencia de entidades financieras, hizo inversiones a través de algunas adquisiciones de predios urbanos de nuestra ciudad, y realizó operaciones crediticias para favorecer a las personas que acudían en procura de su ayuda. Muchas de esas deudas fueron condonadas en su testamento.
Rengel dice que Daniel Álvarez Burneo, del que fue secretario durante algunos años, se manifestaba pronto para comprender los acervos problemas humanos y para ofrecer su generosa solidaridad.
De esta forma, Daniel Álvarez Burneo llegó a consolidar la fortuna más grande de Loja y una de las de mayor importancia en el país.
Por su posición económica y estatus social se convirtió en un hombre influyente. En su casa de habitación situada en la calle Bolívar, entre Rocafuerte y Miguel Riofrío, que luego pasó a pertenecer a la Academia de Artes Santa Cecilia, se realizaban fastuosas reuniones sociales, especialmente para atender a distinguidos visitantes.
Sin embargo, el dinero no compra la felicidad. La muerte le arrebató lo que más amaba: primero su esposa y luego su hijo Daniel Álvarez Eguiguren, cuando apenas frisaba los veinte años, al lanzarse desde el puente Bolívar y estrellarse contra una piedra en el fondo de la laguna formada en el río Malacatos. Quedó solo cuando tenía cuarenta y seis años. Desde entonces su vida sucumbía en soledad y oprimida por el inmenso dolor que le causó la pérdida de su familia. Con el tiempo su salud se iba deteriorando cada vez más.
Cuando Matilde Espinosa Ruiz, una monja de la caridad que brindaba sus servicios en un hospital de Quito, conoció el grave estado de salud de Daniel Álvarez Burneo, que en su juventud y antes de que contrajera matrimonio fue su único y gran amor, solicitó ser transferida al Hospital San Juan de Dios de Loja con el propósito de atenderlo en forma esmerada.
Su madre se opuso a esa relación amorosa temerosa de la suspicacia de la gente, dada la posición económica de Daniel. Frustrada en su idilio Matilde decidió refugiarse en la Comunidad de las Hijas de la Caridad en Quito para tomar el hábito de novicia. Daniel viajó a la capital con el propósito de sacarla del convento, pero ella respondió: una Espinosa Ruiz no da ese paso.
Junto con el ama de llaves: Ricarda Vivanco, la monja Matilde acompañó a Daniel Álvarez Burneo hasta el momento de su muerte, ocurrida el cuatro de agosto de 1936, a la edad de cincuenta y seis años. Al día siguiente, concluido el sepelio al que acudió una multitud de gentes, se quedó sola frente a su tumba y exclamó: Daniel, para ti la gloria, para mí el infierno, y lloraba desconsoladamente.
Años más tarde se construyó un imponente mausoleo de mármol en ese cementerio municipal, para que allí reposen sus restos mortales junto con los de su padre, su esposa y su hijo. La obra fue contratada en la ciudad de Cuenca.
Siete días antes de su fallecimiento, el 28 de julio de 1936, Daniel Álvarez Burneo dictó su testamento en el que puso a disposición de Loja esa cuantiosa fortuna calculada en dos millones de dólares, según se menciona en “La Historia Marista en Loja”, publicada en su portal web, aunque algunos conocedores de esa situación hablaban de unos ocho millones de dólares.
Lo que no queda en duda es que ese legado incidió grandemente en el desarrollo de Loja ya que, entre otras cosas, se impulsó la educación media y universitaria, y se dinamizó su productividad con la creación del Banco de Loja, que sólo fue posible con el aporte accionario de la Fundación Álvarez, que años más tarde se transfirió al Banco de Pichincha.
Entre los predios que conformaron su legado constan: las fincas La Argelia, Bella Flor y la Tebaida, pertenecientes a la parroquia de San Sebastián; Las Palmas, Turunuma, San Cayetano, El Molino, El Prado y el Recreo en la parroquia El Valle; y, las haciendas: Chichaca en Taquil, Santorum, entre Gonzanamá y Cariamanga, La Elvira y Tuburo, en Quilanga; y, Estados Unidos de Consapamba, en Amaluza. A ello se sumó el ganado existente en las citadas propiedades; varias casas y lotes de terreno en la urbe lojana; talleres de mecánica y carpintería; dinero circulante y joyas que las conservaba en un baúl bien asegurado.
Luego del fallecimiento de Daniel Álvarez Burneo, algunos bienes ubicados en la hoya de Loja pasaron a manos de instituciones; por ejemplo, la finca Argelia fue adquirida por el gobierno de Carlos Alberto Arroyo del Río y donada a la Universidad Nacional de Loja, para campus universitario. La Tebaida, al igual que el resto de fincas aledañas al área urbana de la ciudad de Loja, fue parcelada por la Junta de Reconversión de Loja y Zamora Chinchipe para proyecto de vivienda. La finca Jipiro, que fue patrimonio de Amalia Eguiguren, en lo que hoy es el parque recreacional, pasó a propiedad del Municipio.
Ante la complejidad de administrar la inmensa fortuna de Daniel Álvarez Burneo, el Concejo Municipal, en su calidad de heredero modal y de acuerdo con expresas disposiciones del testamento, organizó las Juntas Administrativas de cada uno de los Institutos creados. Sin embargo, la pluralidad de administradores dificultaba el control exacto en la administración general, lo que dio lugar a la urgente necesidad de centralizar dicho patrimonio.
Jaime Celi dice que Pio Jaramillo Alvarado, con la intervención de autoridades y algunas personalidades, formuló el Proyecto de Ley que creaba la Junta Central de Obras Filantrópicas de Loja y la Junta Administrativa de la “Fundación Álvarez”, que se hizo cargo de la total administración de los diversos institutos con sus respectivos patrimonios. La Ley en referencia fue aprobada y está signada con el número 680 de fecha 30 de agosto de 1944.
A lo largo del tiempo los comentarios y cuestionamientos sobre el manejo del legado de Daniel Álvarez Burneo, han sido de toda índole. En la referida Historia Marista en Loja se dice: “La Junta Administrativa no se ocupó de cumplir la voluntad del testador y sí de aprovechar el capital en beneficio propio. Gran parte de dicho legado desapareció”.
Así mismo, en el Informe que la Junta Administrativa de la “Fundación Álvarez” presentó a la ciudadanía, en abril de 1956, se dejó constancia de lo siguiente: “Jamás vamos a tratar de censurar actos de las administraciones anteriores porque no nos corresponde…”
Sea cual fuere la verdad de los hechos, sin dejar de recordar ese viejo dicho de uso coloquial: “Nadie sabe para quién trabaja”, lo cierto es que el nombre de Daniel Álvarez Burneo perdurará en la memoria de los lojanos con sentimiento de gratitud, porque fue un hombre que se propuso redimir a la clase desvalida y aliviar la situación del pueblo pobre, urbano y rural de Loja, según palabras textuales de su testamento.