Hablar de libros para despertar el deseo de leer con creatividad y emocionalidad

Galo Guerrero-Jiménez

El deseo de leer en todo momento, y lo que mejor crea el leyente, tanto en el ámbito científico como en el humanístico, debería ser tal como hoy se lee en todo momento en un aparato electrónico, en especial desde el celular que, dentro de las redes sociales, se lee y se escribe virtualmente, y quizá con mucho deseo y con grandes expectativas, aunque sean, en la mayoría de los casos, trivialidades que carecen de un auténtico condumio humano como para que se fortalezca la entelequia, el raciocinio, el análisis ponderado y el acceso al conocimiento para aportar reflexiva, crítica y creativamente para resolver los grandes problemas del mundo que aún no han sido resueltos para que contribuyan al desarrollo personal, social, cultural y educativo.

Leer sí, escribir sí, hablar, escuchar y poner en práctica el don de la palabra para despertar el interés por el desarrollo de una alteridad que nos permita entender al otro, valorarlo en sus justas dimensiones de humana existencia, de manera que esa palabra penetre en toda la consistencia bio-psico-ético-corporal de nuestra existencia entera; leer desde el deseo y la motivación más sentida para que el gozo no solo por lo que se comprende, sino para que aprenda a aprender y pueda extraer sus propios puntos de vista sobre el mundo y sobre nuestro yo existencial, de manera que, en cada página, en cada párrafo, tengamos “el valor de abrir nuestra intimidad a una intimidad que hasta hace nada nos era ajena. [Como dice Jorge Larrosa] ‘la decisión de leer es la decisión de dejar que el texto nos diga lo que no comprendemos, lo que no sabemos, lo que desafía nuestra relación con nuestra propia lengua, lo que pone en cuestión nuestra propia casa y nuestro propio ser’. Lo que viene a significar que la lectura creativa se produce cuando hay cierta implicación emocional por parte del lector” (Docampo, 2002).

Desde luego que, esta sabrosa forma de compenetración lectora no le es posible al lector que no es aún, propiamente lector, o aquel que solo lee para estudiar por obligación, o los que se han quedado en la superficialidad de las redes sociales. Entonces, ¿cómo llegar a ser lector para la admiración de la palabra y el apasionamiento más satisfactorio estética, cognitiva y lingüísticamente? Quizá, de entre tantas estrategias y actividades que emplean los motivadores y mediadores lectores, la más adecuada o fructífera, sea la que propone Xabier Docampo: “Nada crea mejores expectativas lectoras que el escuchar a alguien que nos habla de un libro con pasión. Crear un ambiente en el cual se habla de libros sin ataduras academicistas, es establecer unos cimientos sólidos en los que fundamentar la afición a la lectura” (2002), tal como lo hace una madre cuando le lee a su tierno hijo que aún no conoce el alfabeto, o cuando las maestras de educación inicial y básica les leen o les cuentan un cuento o les declaman un poema con todo entusiasmo a sus tiernos pupilos.

Leer, también, desde el sueño posible como el arte de volver posible lo imposible, como señala la profesora e investigadora brasileña Ana Souza de Freitas: “El sueño posible no es una idealización ingenua, sino que justamente surge de la reflexión crítica sobre las condiciones sociales de opresión [y, por supuesto, de grandes ideales humanísticos que justamente constan en los libros y artículos científicos], cuya percepción no se vuelve determinista sino que comprende la realidad como algo mutable a partir de la participación de los sujetos que la constituyen y son igualmente constituidos por ella” (2001), a partir de la alta investidura intelectual y de sapiencia que, como producto de la investigación y la docencia, poseen ciertos académicos o maestros que con la palabra del sueño posible inculcan a sus estudiantes el despertar  más sentido que la palabra leída, escrita, escuchada o hablada tiene  semántica, pragmática y psicolingüísticamente desde la proyección de un “sistema de enlaces sonoros, situacionales y conceptuales” (Luria y Marina, 1999) estética, cultural y fenomenológicamente asumidos en nuestra cognición mental.