Galo Guerrero-Jiménez
La escritura y la lectura de un texto, bien esté ligado a la literatura, a lo artístico, a lo educativo, a lo humanístico y/o a lo científico, conforman toda una ecología política y sociológica y que, por ende, establecen todo un componente cultural como reflejo de la condición humana que esa comunidad lleva a cabo en relación con sus aspiraciones e inspiraciones; incluso, con sus esperanzas, expectativas, frustraciones y realizaciones de estar y ser-en-el-mundo desde maneras y acomodos muy puntuales para reflejar sus propios conocimientos desde la experiencia que la vida le marca tanto al escritor como al lector para que pueda interactuar en contextos significativos de comunicación, de realización, de comunión y en el marco de lo que implica la alteridad como realización plena de entendimiento y comprensión del yo con el otro, del tú con los demás que esperan ser valorados en esa búsqueda de sentido hacia lo más plenamente realizable y humanísticamente posible desde la pragmática textual.
Una experiencia sociológica y ecológico-político-educativa que pueda ser vivida intelectual, emocional, estética y cognitivamente desde la lectoescritura como el mejor fundamento de nuestra formación personal y profesional, siempre y cuando los entes involucrados en este proceso comprendan que “la lectura no es un simple acto de desciframiento de un código. La lectura es un proceso complejo de construcción de significado, en el cual están implicados los aspectos emocionales, afectivos, psicológicos, cognitivos y lingüísticos del ser humano” (Robledo, 2010), con los cuales se inmiscuye en el texto, en esa otredad con la cual aprende a fraguar su personalidad, a hacer democracia, ciudadanía, es decir, honor a su hidalguía, a su manera de ser y de proceder en los espacios de su condición humana que los va conformando significativamente, “ligado con la autoafirmación que da una lectura frente a las propias opiniones o impresiones; efectos estéticos, donde el placer del texto es la expectativa, o de distracción, relacionado con el olvido de las tensiones” (Robledo) cotidianas, y en orden a la consecución de una experiencia comunicativa, viva y sostenible como ser-en-el-mundo desde su más significativa configuración humana.
Una experiencia de lectoescritura ocasionada por una situación especial, en la que, en efecto, adquiera sentido para quien la practica desde un empoderamiento muy personal y autónomo, de manera que, conforme el lector se adentre en el texto escrito, se dé cuenta que, como señala el escritor italiano Riccardo Mazzeo, “no solo nos faltan las palabras para decir quiénes somos y qué queremos, sino que también nos alimentan, atiborran y saturan con palabras que son tan vacías como carentes de vida pero cuyo relucir nos atrae y seduce: las palabras comunes que son repetidas por parte de las sirenas de la fama, usadas para los increíbles nuevos dispositivos de alta tecnología y los últimos productos imprescindibles e irresistibles que nos permiten ocupar un lugar en la sociedad tal como se espera de nosotros” (Bauman y Mazzeo, 2019) para influir responsable, cognitiva y psicolingüísticamente con nuestra voz, es decir, con nuestra mejor hechura humana: significativa, altiva, comunicativa, conversacional.
Un contexto significativo de comunicación, entonces, marcado por el lenguaje de mi propia interpretación personal, en el que, lo representativo, en el caso de la literatura, sirva para “penetrar en el mundo imaginario y poético de la metáfora. Si leer es comprender e interpretar enunciados (…), cuando leemos una novela, un texto dramatúrgico o un poema, esos enunciados nos hacen reconfigurar un mundo del que, si contamos con suerte, haremos parte, pues los enunciados son representaciones del sentido o de la significación (Agudelo, 2013) que el texto le traza al lector en la línea de su más genuina agudeza mental para pensar con agudeza crítica y desde la sonoridad de nuestro discurso ecológico-político-ideológico.