Un adecuado ideario axiológico y pragmático para alimentar el pensamiento

Galo Guerrero-Jiménez

El ámbito de la cultura y del comportamiento humano ha llegado a niveles de corrupción en todos los estamentos sociales en los que va ganando terreno en un mundo consumista, individualista, hedonista y utilitarista, en donde la preocupación por la formación humanística y científica se ve absorbida por el frenesí extravagante y sin control de conductas corporales y de lenguaje no adecuadas, hasta el hecho de llegar a pensar socarronamente que esta triste realidad es la que tiene sentido en la vida para poder realizarse en este marasmo de circunstancias ridículas, en las que el lenguaje para comunicarse se ha reducido “a una masa de eslóganes de usar y tirar.

El declive progresivo del medio más importante para articular nuestra visión del mundo sin ser rehenes de las ideas comúnmente admitidas es algo realmente terrorífico” (Bauman y Mazzeo, 2019) que hasta en la educación formal está afectando tanto a educandos como a docentes, a los cuales les cuesta crear ambientes de aprendizaje en los que el humanismo, la ciencia y la cultura esté a la luz del día para que el conocimiento de lo humano y de la naturaleza sean los vectores por los cuales sí es posible hacer que este mundo sea vivible desde el aporte personal que cada ente humano sí podría brindar cognitiva, estética, lingüística, axiológica, ética y ecológicamente.

El compromiso por la vida de la naturaleza y de lo humano, “solo juntas, pueden elevarse para superar la difícil tarea de desenredar el complejo tejido de la biografía y la historia, así como de la sociedad y del individuo: esta totalidad a la que cada día damos forma mientras ella, a su vez, nos da forma a nosotros” (Bauman y Mazzeo, 2019) en la medida en que educamos permanentemente nuestra condición humana desde el hogar y la escuela conversando, observando, leyendo, escribiendo, escuchando y organizando el pensamiento para alimentarlo mentalmente con ideas profundas, sesudas, fecundas, sabias y que, en la práctica de la vida cotidiana, deben ser robustas de reflexividad, discutidas, analizadas, narradas y hasta poetizadas, de ser el caso, porque esto evidencia el poder estético, hermenéutico y cognitivo que tiene la palabra para efectos de comunicabilidad y de encuentro organizativo  para el cultivo del mejor desarrollo pragmático y  axiológico que asume cada comunidad en su diario vivir.

Este compromiso por la vida de la naturaleza y de lo humano vistos desde estos modelos de lenguaje vivo que reposan en las personas altamente pensantes y en lo más egregio del pensamiento escrito, deben constituirse y organizarse desde una visión sociológica y psicolingüística desde una educación y formación altamente motivadas con la experiencia humana que se va cimentando en la medida en que cada persona tiene la oportunidad de procesar todo este componente de lenguaje que transita en todos los medios posibles que hoy nos brinda la ciencia y la tecnología, ante todo porque, desde la pragmática textual, “también en la era de la pantalla, tiene sentido leer libros, independientemente de cómo vivamos nuestra identidad (..). [Pues], al igual que las series de televisión, han llegado a ser más asequibles que nunca en su formato digital. Por si fuera poco, puedo comentar todo lo que veo y leo y compartir mis reflexiones con otros lectores o espectadores y, en el ámbito profesional, directamente con los autores” (Kovac, 2022).

De esta manera, el esfuerzo que una sociedad realice para proyectarse humanísticamente desde la pragmática del conocimiento, hará factible que cada persona aprenda a trazar su propio discurso textual, el cual estará tejido por el impulso de propiciar relaciones de compromiso y de alteridad para limpiar las impurezas del mundo que reposan en el pensamiento débil cuando la actitud ante lo humano no ha podido compenetrarse desde la emocionalidad de la sabiduría.