Galo Guerrero-Jiménez
La manera de leer, hoy en día, depende del soporte en que leamos. No es lo mismo leer un texto impreso que leer en las tecnologías de pantalla. Y si a esta realidad se suma el comportamiento personal que cada lector tiene para adentrarse en un mundo de palabras que a veces le es totalmente desconocido porque, en muchos de los casos, al hablar de la lectura de estudio que los docentes y alumnos ejercen en la escolaridad y en la educación superior, parte siempre de una actividad obligada, en la que solo se lee para cumplir una tarea, pero no para adentrarse en el conocimiento o en la información que el texto contiene para que, desde un hecho consciente, tanto lingüística como cognitivamente, y de conformidad con un propósito determinado, se pueda leer, con profundidad para saborear estética y mentalmente de la belleza sensual, sensible, incluso técnica, científica y/o humanística que un texto bien leído, sobre todo desde la lectura inmersa, despierta en cada lector con la finura personal y los modos de pensar que se despiertan de manera paulatina, y en la medida en que con el poder de su concentración, avance, página tras página, hasta que, ese historial lector le dé forma a su experiencia en el mundo, dado que pudo captar la atención de ese espacio de palabras que fenomenológica y hermenéuticamente el ojo del lector las va receptando y, luego, el cerebro, procesando, como si, en efecto, se tratase de “un territorio real, como ‘país de las maravillas’, que las palabras, el diálogo entre el maestro y los alumnos iluminan. Un universo imaginario que se despierta en el fluir de esas páginas, en el contacto físico con ellas. Sabemos que nos esperan, que vuelven de nuevo a nuestras manos. Todo un ritual de la lectura que ha creado una forma singular de amistarnos con la vida” (Lledó, 2022).
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