Quilanga, 06 de octubre 2023
Abraham Kaplan, al hablar del término “duálogo”, lo define como “los eventos en los que uno espera que el otro termine de hablar para dar rienda suelta a la exposición de sus ideas con palabras enmarcadas en un libreto, sin importar lo que piensen/digan los otros. No tienen el propósito de generar diálogos, sino tan solo de ser escuchados. Expresa una posición intransigente”. Generalmente esto ocurre en el plano individual y colectivo, pues hay un afán de predominio de la palabra de uno solo en desmedro de la mayoría. En las reuniones de amigos, en las esferas gubernamentales y aún en los líderes hay siempre la tentación de monopolizar las ideas y la palabra.
En las largas experiencias de diálogo, cuya mayoría han terminado fallidas u otras interrumpidas y lo más grave no ejecutadas, las personas, los líderes y las organizaciones que se manejan por este cambio, en su mayoría exponen sus ideas y luego abandonan las reuniones, lo más grave los tomadores de decisiones no asisten y envían sus mandos medios. Los que abandonan y los que no asisten dejan a sus interlocutores con la palabra sin haberla podido decir y lo más grave deja un ambiente de soberbia autoritaria o se convierte en un monólogo a dos o más voces que se alimentan de las disonancias, los egos y los odios que polarizan la sociedad.
La cara opuesta es el diálogo, al que apelamos diariamente y que debe ser una norma de vida de toda sociedad, organización o gobierno que busca hacer del encuentro y de la suma de voluntades un nuevo estilo de vida donde conjugan elementos como la racionalidad, el dominio de las emociones y la capacidad de disentir para poder consensuar.
El diálogo, dice Adalid Contreras, “es el intercambio recíproco de información entre dos o más interlocutores que interactúan ejerciendo rotativamente roles de emisor y de receptor”. El origen etimológico de la palabra griega ‘día’ que significa través de y ‘logos’ que tiene que ver con el conocimiento y la palabra; por tanto, el diálogo pone en juego el arte de la palabra y la habilidad para desarrollarla, utilizarla y ejecutarla, este diálogo es de ida y vuelta, genera acción y reacción.
El diálogo genera intercambio de conocimientos, experiencias que nos llevan a entendernos desde el intercambio de ideas y acciones que elevan el nivel de raciocinio y que debe ser una norma de vida que construya sentidos y dinamice todo proceso social y cultural para saber poner en común, participar e interactuar, todo en igualdad de condiciones y posibilidades. La diferencia de ideas no es impedimento para acercarnos al otro, al contrario, enriquece, por eso, el diálogo termina nutriéndose el uno y el otro
Exponer las ideas y no ser escuchado es dualogar, es incomunicar y la comunicación empieza en la escucha que supone aprehender, interpretar, valorar, compartir, relacionarse e intercambiar criterios y sentidos de vida. El éxito de la comunicación dialógica radica en la voluntad de diálogo, en la voluntad de escucha y en la capacidad de escucha. Estos tres factores le dan sentido, de lo contrario se convierte en un simple ejercicio de gimnasia verbal.
En pocas palabras la capacidad y voluntad de escucha y diálogo son una exigencia de la ética y la racionalidad que generan respeto, atención y aprendizaje en relación al otro. Entonces, las diferencias no empobrecen el diálogo, al contrario, lo fortalecen, pues el uno hacia el otro se reconocen en la palabra, el rostro y la mirada que nos hacen empáticos.